miércoles, 6 de abril de 2016

El mito de la austeridad desde el déficit público

Hace unos días, el Gobierno español presentaba finalmente el déficit público del ejercicio presupuestario correspondiente a 2015. Como era de esperar –debido a evidencias de años anteriores–, el déficit iba a ser superior al objetivo marcado por Bruselas, que era del 4.2% del PIB.
España registró un déficit público del 5.16% del PIB (sin contar el descuadre provocado por la ayuda financiera), como se puede observar en el siguiente cuadro que ha presentado el Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas:
Para 2016, el objetivo marcado con la Unión Europea es del 2.8%. Es decir, se necesitaría un ajuste de 24.000 millones de euros. Difícil tarea mientras no se ponga remedio donde más se necesita: en el gasto público, el cual sigue desbocado desde que empezara la crisis económica.
Los continuos incumplimientos con Bruselas – y el propio déficit – evidencian que en España no hay rastro de aquello que los estatistas han venido llamando en los últimos años austeridad. No se puede hablar de austeridad desde un enfoque real; solo desde la propaganda que utilizan dichos sectores, pidiendo más poder y más recursos para el Estado. Desde la Transición, España solo ha estado 3 años en superávit; ¿adivinan qué años fueron? Exacto, los años en los que se estaba cocinando el pinchazo de la burbuja: 2005, 2006 y 2007.
El déficit público medio desde 1980 ha sido un 4.26% del PIB. Aquellos que dicen que ha habido austeridad por unos recortes insignificantes –concentrados, sobre todo, en 2012 y 2013– faltan a la verdad. En España no ha habido nada parecido a la austeridad; llevamos 3 décadas y media gastando más de lo que se ingresa –salvo en 3 años, como he dicho antes–. Esto tiene dos posibles soluciones: ingresar más o gastar menos.
Para ingresar más –a diferencia de lo que se suele pensar– no hay que subir impuestos sino bajarlos, sanear la economía, dejar atrás el capitalismo de amiguetes impuesto por los sucesivos Ejecutivos de PP y PSOE desde los años 80; en definitiva, impulsar una reforma económica de verdad, para acercar a España a los primeros puestos de libertad económica. Objetivo harto imposible con la actual clase política, ‘compadreada’ con una parte importante de la clase empresarial –privilegiada a base del BOE–, y no menos imposible con los partidos que vienen por detrás, amenaza bolivariana de Podemos inclusive.
Para gastar menos hay que dejar atrás la mentalidad estatista que impera en la sociedad española y apostar por un sistema económico que tienda hacia la liberalización –la privatización no es positiva per se– y eliminar gran parte de las regulaciones que ‘ponen la mano en el cuello’ a todos los sectores económicos. Si el Estado es coacción y violencia, ¿por qué seguir legitimando las actuaciones en su nombre?
Mientras nada de esto ocurra, el déficit público continuará en una España que, anclada en el consenso socialdemócrata, prefiere las cadenas a la libertad. Mientras sigamos teniendo un Estado de tales dimensiones, no conoceremos lo que son unas cuentas públicas saneadas. El saqueo –más aún– a los ciudadanos, que son los que crean riqueza, no debe ni tiene que ser la solución a los errores que cometen continuamente los políticos.

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