martes, 20 de marzo de 2018

El colectivismo, uno de nuestros males


Vivimos en un mundo en que el Estado ha ido ganando protagonismo, tanto en peso como en comportamiento respecto a la sociedad. No es de sorpresa que este protagonismo del Estado esté en máximos históricos, a pesar de la continua propaganda de aquellos que quieren todavía más Estado, quienes nos dicen que los mercados se han impuesto al Estado, que los movimientos supranacionales están supeditados a las élites económicas (como si no fuera una relación con élites políticas de por medio) y que de seguir así entraremos en una era de “neoliberalismo” más salvaje que el actual (¿qué es el neoliberalismo?).

El colectivismo en sus diferentes formas abunda a lo largo y ancho del mundo. Ya sea populismo, socialismo o nacionalismo, cualquier forma de estatismo o combinaciones de ellas, lo cierto es que el individualismo se ha visto relegado a un segundo plano. “Vivimos en sociedad y el individualismo atomiza”, nos dicen aquellos que no dejan de repetir los mantras colectivistas, ignorando que los individualistas no quieren vivir atomizados, es decir, sin relacionarse con el resto de la sociedad, pues esto es imposible, ya que sería volver a una era prehistórica. Tampoco los individualistas rechazan formar parte de algún colectivo, sino que rechazan formar parte de la coacción y no comparten la arrogancia de que un colectivo lleva al paraíso per se, como sí ocurre en el pensamiento colectivista. Yo, como individuo y defensor del individualismo, no creo en la masa como algo homogéneo, como sí creen los colectivistas, sino en un conjunto de individuos, en cooperación y a partir de la voluntad humana.

Detesto esa arrogancia del colectivo en la imposición desde el Estado en forma de Patria, Pueblo, Nación, etc. que cree tener todas las soluciones a los diferentes problemas de una sociedad, que cede a un “líder todopoderoso” o a un conjunto de políticos, que viven en una burbuja ajena al individuo, el poder de manejar nuestras vidas, bajo un principio de representación que no es tal en estas democracias representativas, donde ordena y manda otro colectivo funesto: el Partido. Y mucho menos en dictaduras.

Se equivocan quienes dicen que el individualismo es atomismo. Individualismo no es nada de eso, es cooperación y voluntad humana. De hecho, sin cooperar con el resto de la sociedad ningún individuo puede progresar por sí mismo. Confunden rechazar la imposición desde arriba con el rechazo a un colectivo formado voluntaria y pacíficamente, como bien dice el economista Bernaldo de Quirós: «el individualismo y el mercado competitivo no son contrarios a lo comunitario sino a la constitución por la fuerza de una falsa y artificial sociedad civil» (Por una derecha liberal, 2015).

El individualismo es, por otra parte, descentralizar al máximo todo aquello que no necesita de legislación y control del poder político y del Estado, es salir del consenso y tener visión crítica: pensar más allá del colectivo, pensar cada uno en cómo mejorar nuestra vida, y a la vez, la de los demás. Pasar de un infantilismo a una vida adulta. Porque el colectivismo es precisamente eso, la infantilización de toda sociedad: vivir a la sombra del colectivo que maneja el Estado, que decide por ti porque él lo quiere así y te niega la razón y el pensamiento crítico para que continúes a su lado, por “tu bien” y el “bien común”, porque “fuera del Estado eso es imposible”.

¿Necesitamos un Estado, que ha dejado de ser Providencia para ser Minotauro, regulando hasta el más mínimo detalle de nuestra vida? Creo que no necesitamos esa figura, que se asemeja a la del padre autoritario que no deja libertad alguna a sus hijos («el Estado se ha convertido en un jardín de infancia», Bernaldo de Quirós). Por el contrario, necesitamos un Estado mínimo, que devuelva ámbitos de competencia a la sociedad civil, que permita su desarrollo, siempre en cooperación voluntaria, dejando la coacción a un lado y el paso a una vida adulta de dicha sociedad. Dejar atrás el colectivismo encabezado por el Consenso Socialdemócrata: «la dependencia e idolatría del Estado; al estilo roussoniano: el progreso individual solo podía estar ligado al colectivo, y dependía de la intervención y planificación del Estado» (sobre esto escriben Almudena Negro y Jorge Vilches en la introducción y el primer capítulo de su libro Contra la socialdemocracia, 2017).

En la economía el fracaso de todo colectivismo se ha visto mucho más claro, pero sigue teniendo buena fama para muchos debido a la amplia propaganda de diferentes medios de comunicación e “intelectuales” y grupos de políticos que creen que colectivizar la economía con ellos sería diferente. Y si no, echan la culpa al chivo expiatorio, y evitan hacer autocrítica. Infantilismo de nuevo. Es por ello que ante cada fracaso del colectivismo la solución que piden los colectivistas es… más colectivismo, más Estado y todavía menos mercado, menos individuo, menos sociedad en cooperación voluntaria. Y siempre la misma excusa: “no se ha aplicado bien” o “con nosotros será diferente”. Por supuesto, se aplica bien, por eso fracasa, y con los nuevos Mesías no es diferente, sino incluso peor.

* Publicado en La Razón

jueves, 8 de marzo de 2018

Índice de Desigualdad de Género o por qué Occidente tiene menos motivos para el 8M

Hoy, 8 de marzo, está convocada una huelga feminista, en el Día Internacional de la Mujer, donde hombres y sobre todo mujeres están llamadas a salir a las calles para reivindicar la igualdad de derechos y oportunidades, así como el fin de todas las formas de violencia machista”.
Al margen de que “violencia machista” siempre me ha parecido una exageración, pues pone a todos los hombres al mismo nivel y las feministas radicales, que cada vez son más, no persiguen al asesino por haber matado sino por ser hombre -en una especie de lucha de géneros, la nueva lucha de clases marxista-, creo que Occidente tiene pocos motivos para participar en esta huelga, pues es en el mundo occidental donde las mujeres tienen un mayor acceso a dicha igualdad de derechos y oportunidades, donde mejor se cumple la igualdad ante la ley y donde es más fácil, para una mujer también, elegir un camino de vida y poder cumplirlo.
Por otra parte, me parece que estamos ante un movimiento cada vez más radical, que no quiere la igualdad real entre hombres y mujeres, que como digo, en el mundo occidental, las democracias más avanzadas ya reflejan, y cada vez más, sino que busca una especie de venganza, ahora quieren ser ellas las que estén por encima, de ahí su discurso “nosotras vs ellos”, en un claro síntoma de división, enfrentamiento y disputa violenta.
De ahí que estos movimientos feministas busquen silenciar a aquellas mujeres que no participan de su discurso y acción, sino que buscan por su lado, y encuentran, esa igualdad. Esas mujeres que demuestran su feminismo cada día en su trabajo o en su familia, pero que no dan su brazo a torcer ante la politización del feminismo “oficial” de movimientos radicales y neomarxistas, que reinventan la Historia a su antojo, y que pretenden utilizar la maquinaria del Estado para imponer su movimiento a todos y utilizar el victimismo para hacer de la mujer un objeto de una realidad paralela (como bien denuncia María Blanco en su libro “Afrodita desenmascarada” -Deusto, 2017-).
Como digo, Occidente tiene menos motivos para secundar una huelga feminista, puesto que es ahí donde las mujeres tienen mejor garantizado sus libertades y derechos, como demuestran infinidad de indicadores y estudios. Uno de los indicadores que mejor lo demuestra es el Índice de Desigualdad de Género, que realiza la ONU, el cual mide la desigualdad entre hombres y mujeres en áreas como la salud, la alfabetización, la política y el mercado de trabajo. En una escala en la que 0 sería una igualdad plena y 1 una desigualdad máxima, la puntuación media por grupo de países es la siguiente (año 2016):
Como demuestra el gráfico, los países más desarrollados son aquellos en los que mayor igualdad real hay entre hombres y mujeres, en contra de la propaganda del feminismo actual. Los países africanos y musulmanes son los que mayor desigualdad de género tienen. Es por ello que el motivo de la huelga debería ser ayudar a estos países a encontrar el camino de liberación femenina. Menos propaganda y más realidad. Para mí feminismo es quitarse el hiyab en Irán o Arabia Saudí, no salir medio desnuda diciendo “mi coño manda” en España, o salir con el torso desnudo en una votación de Berlusconi. Luchar por la igualdad real en países donde no hay; no hacer un relato y hacer creer que no hay igualdad donde más la hay.
¿Apoyo esta huelga? En países donde el movimiento feminista está secuestrado por el relato y la propaganda, por una lucha de género neomarxista, no apoyo nada que tenga que ver con ese circo, más cercano a la ficción. Apoyo la realidad, la lucha de mujeres que saben que viven bajo el yugo del supremacismo masculino, donde ni siquiera pueden salir a la calle vestidas como quieran, sin permiso del marido, tratadas como esclavas. Allí donde haya discriminación de verdad hacia la mujer, allí apoyaré su lucha por liberarse de las cadenas. Allí donde la propaganda nos quiere hacer ver que vivimos en un infierno machista, no. Porque las feministas libertarias tenían motivos de queja y lucha, y así lo demostraron, las feministas del mundo musulmán también en la actualidad; mientras, las “feministas” socialistas anticapitalistas solo saben utilizar a la mujer para su relato de víctima, mientras ignoran el sufrimiento real de las mujeres en aquellos lugares del mundo donde sigue existiendo persecución por ser mujer. Feminismo es Clara Campoamor, las sufragistas británicas, Mary Wollstonecraft, Dambisa Moyo o Ayaan Hirsi Ali, entre otras. Feminismo no es ‘Barbijaputa’ o el colectivo Femen.
* Publicado en La Razón