lunes, 20 de noviembre de 2017

El Muro de Berlín, un fracaso más del socialismo

Cuando en 1961 se construyó el Muro de Berlín, la parte oriental, correspondiente a la RDA (República Democrática de Alemania), quería evitar los continuos desplazamientos que se producían hacia la parte occidental de Berlín, huyendo del socialismo y en búsqueda de la libertad. El bloque socialista tenía que imponer el «muro de la vergüenza» para seguir sometiendo a la población de la Alemania oriental.
Alemania (y Berlín), por tanto, quedó dividida en dos. Fue el ejemplo más claro del enfrentamiento entre el capitalismo y el comunismo, signo inequívoco de la Guerra Fría. El 9 de noviembre de 1989, el Muro cayó, como consecuencia de la desintegración palpable que estaba produciéndose en el régimen soviético.
Alemania del Este era el paraíso de aquellos que no creen en la libertad. Medio país devastado por la represión comunista, tanto en libertades civiles como económicas. La Stasi controlaba la calle y la vida privada de los alemanes del este y la URSS controlaba la política y la economía de la RDA. La caída del Muro, de la que se celebra ahora su 28º aniversario, demostró la inmensa distancia entre las dos Alemanias. Una rica y otra pobre. Una libre y otra oprimida. Una productiva y otra estancada.
Las diferencias llegan hasta el día de hoy. La parte oriental sigue por detrás de la occidental en términos económicos (en libertades civiles y políticas, gracias a la unificación, conviven bajo los mismos estándares), a pesar de las continuas transferencias, que ya acumulan 2 billones de euros hacia el este. Y es que un marco institucional que respete la naturaleza humana, el mercado libre y el capitalismo es más potente que cualquier arrogancia socialista, que diría Hayek, y cualquier ayuda monetaria.
Los que piensan que el socialismo es magia, comprueban cómo la parte oriental de Alemania todavía carga sobre sus hombros con las consecuencias de años y años de diferencia abismal entre capitalismo y socialismomenor renta per cápita, mayor desempleo, menor ratio de inversiones, menor productividad laboral; una brecha lejos de cerrarse casi treinta años después de la unificación. Los Länder del oeste siguen siendo más prósperos y más ricos respecto a los Länder del este. No hay dudas, el capitalismo es prosperidad mientras el socialismo es ruina y desastre económico. Sus huellas siguen vigentes.
La caída del Muro de Berlín fue una oportunidad para los alemanes del este, de poder encaminar sus vidas según sus deseos y no los del ‘centro director’, a través de intercambios voluntarios en el mercado y no mediante la imposición de decretos políticos. A su vez, poder prosperar, aunque sea lentamente (los 40 años de Alemania socialista no se recuperan de la noche a la mañana). El intervencionismo y el socialismo siempre fracasan. La caída del Muro reflejó el modelo socialista, esto es, pobreza, represión y regresión. Se pudo observar las diferencias entre la Alemania capitalista y la Alemania socialista y no hubo ninguna duda de que la primera era más libre y próspera, como era de esperar.
La caída del Muro, por tanto, reflejó el fracaso, como ha ocurrido en todos los regímenes socialistas/comunistas. Terminó pasando con la URSS poco más tarde. Pasó con las ‘democracias populares’. Pasa con Cuba y Venezuela. El socialismo es miseria, muerte y corrupción y sus aplicaciones a lo largo de los últimos 100 años así lo atestiguan. Alemania no iba a ser una excepción y la historia así lo ha demostrado.
* Publicado en La Razón

lunes, 6 de noviembre de 2017

No es por sus ideas

Muchos independentistas no dejan de repetir el argumento falaz de que los líderes de ANC y Ómnium Cultural, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart respectivamente, están en la cárcel por sus ideas políticas, calificando al régimen democrático español de “dictadura”. Por el mismo camino, muchos abertzales en su momento, proetarras, defensores del independentismo vasco y catalán, decían de Arnaldo Otegi lo mismo: estaba preso por sus ideas políticas, como consecuencia de la opresión del “Estado español” al “pueblo vasco”.
Si hay un autor que describe el proceso de cambio de significado de las palabras, para que tengan otro significado, erosionar el pensamiento crítico de una sociedad y tener camino despejado hacia un sistema autoritario, ese es sin ninguna duda George Orwell. Todo lo que dejó escrito sobre la comunicación y el lenguaje para llegar a sistemas no democráticos, el relato independentista lo cumple.
Así, en vez de ‘golpe de Estado’ o ‘sedición’ se habla de ‘lucha por la democracia’, del mismo modo que algún descerebrado defendía el terrorismo de ETA por el mismo motivo, “nació contra la dictadura”, como si a partir de 1975 no hubieran asesinado. En este mismo camino se encuentran los que dicen “referéndum es democracia”, como si en algunas dictaduras no hubiera referéndums, no muy lejos, en la España franquista.
De otra forma, se habla de ‘pueblo’ en terminología populista, como algo puro e inmaculado, en frente del ‘no pueblo’, en este caso los no independentistas, el establishment europeo, etc., para dar una imagen de mayoría, de que toda Cataluña quiere la independencia, cuando todos sabemos que no es así, que ni siquiera en las elecciones autonómicas de 2015 lograron sobrepasar la barrera del 50% de los votos. Y así, muchos ejemplos más, no digamos ya de los medios de comunicación subvencionados por la Generalitat.
Los Jordis no son presos políticos, del mismo modo que Otegi no fue preso político. No están (o han estado) en la cárcel por sus ideas, sino por sus actos. Un Estado de Derecho no persigue ideas, eso es propio de sistemas no democráticos, donde no existe separación de poderes, y todo queda en la arbitrariedad del dictador o partido único.
Al Govern no se les juzga por sus ideas. Sino por cómo han manejado un gobierno autonómico y una administración pública. Debe quedar claro que ir contra la Ley no son ideas, sino actos y hechos constitutivos de delito. Como bien escribe el politólogo José Ignacio Torreblanca en su tribuna ‘Acabar con el procés’, la gestión del Govern solo puede definirse como la utilización fraudulenta de las instituciones del autogobierno para lograr la independencia [...] utilizar la autonomía para acabar con la autonomía”Es por ello que la aplicación del artículo 155 de la Constitución, en contra de lo que dicen muchos independentistas, no acaba con la autonomía catalana y el autogobierno. Ha sido el proceso independentista el que ha acabado con ella. El 155 la restaura: acción-reacción.
No debemos caer en la perversión del lenguaje que llevan décadas promoviendo los independentistas. Las cosas son como son: no hay juicio y cárcel para las figuras independentistas por sus ideas (el independentismo es legítimo), sino por sus hechos (utilizar el Govern, el Parlament, los Mossos, los medios de comunicación públicos, la enseñanza pública, los funcionarios y los impuestos de los catalanes para acabar con la convivencia, para dividir a los catalanes y acabar con la autonomía catalana y su autogobierno, como CCAA de España, para ir contra la Constitución y el Estado de Derecho).
* Publicado en La Razón