lunes, 30 de mayo de 2016

Pues sí, soy antisistema

El otro día, en un programa de «Eco_TV», presentado por Iván Ayala, un inspector de Hacienda le dijo a Fernando Díaz Villanueva que «el discurso liberal es un discurso antisistema». No sé si lo dijo por ignorancia o por ganas de ofender, pero he de decir que el señor tiene razón. Yo, que soy liberal, me identifico como antisistema. Anti consenso socialdemócrata, que es lo que impera en esta España y en la Europa del siglo XXI.

Estoy en contra de un sistema en el que se le da más importancia a cualquier colectivo antes que al individuo.

Estoy en contra de un sistema en el que nada queda fuera del Estado. Políticos y burócratas han ido tejiendo una red normativa y fiscal, que no deja incentivo alguno al progreso y solo quiere que los individuos sean parásitos de lo que ellos ordenen y manden.

Estoy en contra de un sistema en el que la educación queda en manos del Estado. En la que no puedes elegir. Puedes llevar a tus hijos a un colegio privado, sí, pero a la vez estás pagando la educación pública. Puedes llevar a tus hijos a un colegio privado, sí, pero no puedes elegir ni el contenido ni su forma de estudio. Todo queda regulado por ellos, el poder público.

Estoy en contra de un sistema en el que la sanidad queda en manos del Estado. Servicios públicos caros e ineficientes, como muestran varios informes. Como siempre ocurre en estos casos, surge «la falacia del proveedor único», que como dice Carlos Rodríguez Braun, es «la falacia del Estado que está», es decir, la creencia de que hay algunos aspectos que solo puede proveer el Estado, generalmente la educación, la sanidad y las pensiones, entre otros. Más falacias sobre la sanidad privada, como decir que los hospitales y centros sanitarios se guiarían más por obtener beneficios que por la salud de sus pacientes/clientes. Los beneficios llegan haciendo un buen trabajo, acoplándote a la demanda y haciéndolo mejor que la competencia. Por tanto, los beneficios llegan por medio de la salud de sus clientes; cuanto más curen, más rápido, etc., es decir, mejor desempeño tengan en su trabajo, más pacientes recibirán, cuestión del efecto llamada (entre dos o más hospitales, irás al que mejor fama tenga y en el que sus equipos médicos hagan mejor su trabajo). Algo tan obvio que un socialista/comunista no es capaz de asimilar.

Estoy en contra de que las pensiones queden en manos de una administración pública llamada Seguridad Social, un invento franquista (Ley de Bases de la Seguridad Social, 1963) del que socialdemócratas, socialistas y cualquier estatista está encantado de su existencia. Por cierto, la Seguridad Social es un fraude. Las pensiones públicas, también. Es el síndrome de Estocolmo en la política económica. El Estado, que utiliza el miedo y la psicología, intenta convencer de que sin él no tendrás pensión, que él te roba mediantes cotizaciones sociales (que no llegas a fin de mes por su culpa) para que cuando te jubiles “disfrutes” de una pensión mísera, pues resulta que lo que has cotizado no es para tu jubilación, sino para los que estaban jubilados mientras trabajabas. Lo llaman solidaridad entre generaciones. Yo lo llamo robo.

También estoy en contra de un sistema que condena a jóvenes y/o sin estudios al paro por eso que conocemos como Salario Mínimo Interprofesional, otro invento franquista (1963), del que los estatistas de todos los partidos (copiando a Hayek) están satisfechos. Sí, en el PP también. Dicen de él que es un partido liberal, pero si de verdad lo fuera, lo hubiera eliminado hace años en alguno de sus Gobiernos. A mí no me la cuelan.

Estoy en contra de las dificultades que existen en nuestro país para crear una empresa, como parte de una libertad económica que hemos perdido con el paso de los años. Mientras que la media de la UE está en 11.6 días, en España se necesitan 17 días de media para crear una empresa. Casualmente, los países con mayor libertad económica tienen un espacio de tiempo menor. También estoy en contra del mercantilismo y proteccionismo a base de decretos, por los que unas empresas son privilegiadas por el poder político, a base de subvenciones, generalmente.

Estoy en contra, por supuesto, de que los partidos políticos pertenezcan al Estado y no a la sociedad civil, a quien debe representar. Financiación privada y adiós a las subvenciones.

Estoy en contra, en definitiva, de tantas y tantas cosas de este sistema político y económico que tenemos en España, el consenso socialdemócrata. Sí, soy antisistema y pueden llamármelo tranquilamente, pues no me ofenderá, todo lo contrario. Como contestó Fernando Díaz Villanueva al inspector de Hacienda, sobre el discurso antisistema: «Sí, totalmente».

jueves, 19 de mayo de 2016

La Revolución Cultural, una herramienta totalitaria

A finales de la década de los 50 y comienzos de los 60, China empezó a sufrir las terribles consecuencias del Gran Salto Adelante, que produjo la Gran Hambruna China, entre los años 1958 y 1961. El Gran Salto Adelante fue un paquete de medidas políticas, económicas y sociales encaminadas a hacer de China una especia de fotocopia de la URSS, cuya idea estuvo siempre en la cabeza del líder comunista chino, Mao Zedong.
En 1966, cayendo la popularidad de Mao, comenzó la Gran Revolución Cultural Proletaria, conocida como «Revolución Cultural», que representaba una nueva etapa de la revolución socialista en China. Como siempre ocurre en los movimientos políticos destinados a imponer algo, la ideología era más que necesaria; era una revolución a largo plazo y uno de sus fines debía ser acabar con la separación existente en ese momento entre las masas y el Partido Comunista.
Para Mao y el resto de la oligarquía comunista china, la burguesía aunque derrotada, todavía trataba de valerse de las viejas ideas, cultura, hábitos y costumbres de las clases explotadoras para corromper a las masas y conquistar la mente del pueblo en su esfuerzo por restaurar su poder. El principal objetivo de la Revolución cultural debía ser, por tanto, guiar a las masas por el camino socialista y evitar las ideas (y acciones) de la burguesía, que representaban el capitalismo y la «opresión», es decir, el mal camino.
El proletariado debía propinar golpes despiadados y frontales a todos los desafíos de la burguesía en el dominio ideológico y cambiar la fisonomía espiritual de toda la sociedad utilizando sus propias nuevas ideas, cultura, hábitos y costumbres. Así lo ordenaba el Documento de los 16 puntos: «Nuestro objetivo actual es aplastar, mediante la  lucha, a los que ocupan puestos dirigentes y siguen el camino capitalista, criticar y repudiar a las autoridades reaccionarias burguesas en el campo académico y cultural, criticar y repudiar la ideología de la burguesía y demás clases explotadoras, y transformar la educación, la literatura y el arte y los demás dominios de la superestructura que no corresponden a la base económica del socialismo, a fin de facilitar la consolidación y el desarrollo del sistema socialista» (Punto 1). Para conseguir dicho objetivo, se clasificaba a la población china en 4 grupos (Punto 8):
  1. 1. Buenos.
  2. 2. Relativamente buenos.
  3. 3. Aquellos que han cometido graves errores pero que aún no son derechistas anti-Partido y anti-socialistas.
  4. 4. El reducido número de derechistas anti-Partido y anti-socialistas.
Se debía evitar, por la fuerza incluso, cualquier cosa que tuviera relación con la burguesía y el capitalismo; ya fuera dentro o fuera del Partido. Mao relacionó a numerosos cargos del Partido con corrientes “contrarrevolucionarias”, como ya hicieran Lenin y Stalin en el PCUS.
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Mao tenía la idea de que un grupo de representantes de la burguesía y de revisionistas contrarrevolucionarios se había infiltrado en el Partido, en el Gobierno, en el Ejército y en los organismos culturales del Estado; por ello es que la Revolución cultural debía actuar en todos los frentes y llevar a la población china, una vez limpia de burgueses, capitalistas y derechistas, por el buen camino, el del socialismo.
Como se observa a lo largo de los movimientos totalitarios, siempre hay un enemigo, el cual hay que derrocar como sea. En términos populistas, es el «pueblo» quien debe derrocar al «no pueblo», ya sea una oligarquía, una raza u otro ente. Ese enemigo identificado, el «enemigo objetivo» al que se refería Hannah Arendt, se suele corresponder con el peligro para la consecución de los «intereses populares», es decir, para los intereses del Líder.
La Revolución Cultural no iba a ser menos. El enemigo objetivo, el blanco principal de la revolución, en palabras de los dirigentes comunistas, debían ser aquellos elementos en el seno del Partido que ocupaban puestos dirigentes y seguían el camino capitalista. Pero había que poner cuidado en distinguir estrictamente a los «derechistas anti-Partido» de aquellos que apoyaban y defendían el Partido y el socialismo, pero que habían dicho o hecho algo erróneo, o habían escrito malos artículos u obras.
En definitiva, uno de los principales objetivos de la dirección del Partido era «saber descubrir a la izquierda, desarrollar y engrosar las filas de ésta y apoyarse resueltamente en la izquierda revolucionaria. Solo de este modo sería posible, en el curso del movimiento, aislar totalmente a los derechistas más reaccionarios, ganarse a los elementos intermedios, unirse con la gran mayoría y lograr, hacia el final del movimiento, unir a las masas» (Punto 5).
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La Revolución Cultural tomaba significado, en parte, gracias a la hegemonía cultural que había explicado Antonio Gramsci unas décadas antes. Con alguna que otra diferencia. La hegemonía cultural no introduce el uso de la fuerza, solamente el camino intelectual, la construcción de un discurso que agrupe y el enfrentamiento retórico entre la clase dominante y la clase dominada. En cambio, la Revolución Cultural sí usaba la fuerza para acabar con todo aquello relacionado con el «no pueblo», al más puro estilo de purga estalinista.
Otra diferencia estriba en que la hegemonía cultural es previa a la toma del poder (entendido como coacción), es decir, las estructuras del Estado. En cambio, la Revolución Cultural fue posterior a la consecución del Poder. Mao ya era un líder consagrado en el Partido y en la China Popular cuando comenzó dicha revolución.
En definitiva, la Revolución Cultural fue un instrumento utilizado por Mao para llevar sobre el gigante asiático el «terror de masas» que había aprendido de la Rusia soviética leninista. El objetivo era claro, acabar con todo aquello que no fuera en la línea de pensamiento único, en la línea del comunismo. La Revolución Cultural acabó en 1976, cuando murió Mao.
Por aquel entonces, China era un país con bastantes deficiencias económicas y sociales. A finales de los 70, China había mermado bastante, tanto económica como socialmente, como consecuencia de los millones de muertos que se habían sumado entre el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural. El camino del totalitarismo, una vez más, la muerte y la destrucción.

sábado, 14 de mayo de 2016

Podemos-IU: no al progreso, sí a la destrucción

Ya aprobado por parte de las bases de ambos partidos, en lo que ha sido un mero trámite, los líderes de Podemos e IU sellaron hace pocos días el «pacto de los botellines», para concurrir unidas ambas formaciones a las elecciones generales del 26-J.
En las negociaciones posteriores al 20-D ya se habló de la necesidad de unión de las izquierdas (perjudicadas por la ley electoral española, todo sea dicho), que algunos líderes quisieron hacer realidad con un pacto PSOE-Podemos-Compromís-IU, el cual rechazó el PSOE por la línea roja marcada por Pablo Iglesias de no pactar con el PSOE mientras no rompiera su acuerdo de 200 reformas (que presentó a la votación de investidura) con Ciudadanos. Dicha unión de izquierdas, llamada por muchos el «pacto progresista y de cambio» ya ha unido a Podemos e IU y falta la confirmación de que las confluencias (En Comú Podem, Compromís y En Marea) vuelvan a sumarse con el partido de los círculos.

¿Progresista y de cambio?

La idea confundida de asociar progreso a partidos políticos que nada tienen que ver con políticas que hagan progresar a un país tiene un capítulo más con esta coalición.
La idea de progreso infundada tanto en Podemos (populismo socialista) como en IU (comunismo) se basa en una idea de la España de la II República, en la que una sociedad dividida en dos y el auge de la radicalización política acabaron en la Guerra Civil. El discurso de ambos partidos, de corte guerracivilista, tiene como objetivo, simple y llanamente cambiar una oligarquía por otra, como hicieron los bolcheviques en la Rusia de 1917, que nada tiene que ver precisamente con el progreso y la libertad. Este discurso se vuelve más efectivo con el caldo de cultivo de la situación actual, en una crisis tanto económica, como política e institucional. Y ahí han sabido sacar provecho.
La ideología de esta coalición no deja lugar a engaños: extrema izquierda. La transversalidad de Podemos, que engañaba a muchos, se ha descubierto finalmente como un mero truco para captar algún votante más moderado, pero el espíritu podemita siempre se ha demostrado más parecido al totalitarismo que a la democracia, y que recuerda a épocas que no debemos olvidar si queremos que no se repitan.

Propuestas económicas

La coalición Podemos-IU ha presentado un documento con 50 medidas, llamado «50 pasos para gobernar juntos», que, en caso de alcanzar ese «Gobierno progresista y de cambio» que tanto ansían, aplicarían, con el permiso de la Unión Europea (miren Grecia).
Como se podía prever, el documento iría en la misma línea de los programas electorales de Podemos e IU.
Más gasto público. Basados en el discurso anti-austeridad, falaz por su parte, que siempre han abanderado desde la extrema izquierda, proponen aumentar el gasto público en educación y sanidad y mantenerlo en otras partidas, como protección social.
¿Más ingresos? Mediante la lucha contra el fraude fiscal y una reforma fiscal progresiva, Podemos-IU pretende recaudar un 3% del PIB extra a lo largo de la siguiente legislatura. Según el documento que han presentado, pretenden lograrlo ampliando las bases tributarias, subiendo impuestos a empresas y subiendo el Impuesto sobre Sucesiones, Donaciones y el Impuesto sobre el Patrimonio, aparte de desarrollar un impuesto sobre las transacciones financieras.
Como siempre ocurre en estos casos, cuando sitúan al «no pueblo» en las rentas más altas y en las grandes empresas, se pretende recaudar más “subiendo impuestos a los ricos”. Como se ha demostrado en numerosas ocasiones, cuando se empieza subiendo impuestos a las rentas más altas, se termina subiendo impuestos a todos los tramos de renta. Con Podemos e IU no sería diferente; la excusa de subir impuestos a los ricos termina afectando a todos.
Más déficit y deuda pública. España se ha mantenido desde la Transición en un déficit público permanente (salvo en tres años, precisamente los de la burbuja: 2005, 2006 y 2007). Las propuestas de esta coalición no mejorarían el déficit, consecuencia de otra expansión de gasto público y unos ingresos ficticios.
A ello habría que sumarle la posible relajación en el objetivo de déficit (cumplirlo de forma más moderada), medida expresada en el documento, que aumentaría la deuda pública. El fantasma del impago, en programas electorales pasados de ambos partidos, surgiría de nuevo. No creo que fueran en serio, ya que impagar la deuda sería decir adiós a la UE y dejar a España marginada de los mercados financieros.
Piensan desde Podemos e IU que la solución para todos los problemas es más rigidez, un mayor endeudamiento y mayores impuestos. El objetivo es gastar. Paga usted. Los creadores del acuerdo piensan que si tenemos más déficit y más impuestos creceremos más y crearemos más empleo. Algo que siempre se ha demostrado, por un lado falso, y por el otro perverso para la economía de cualquier país, y en definitiva, para la sociedad en su conjunto.
En el acuerdo también entran las propuestas de aumentar el salario mínimo hasta 900€/mes al finalizar la legislatura. No se preocupe; si usted cobra por debajo de esa cantidad, no tendrá acceso a los 900€ y su camino será hacia el paro. Pero claro, es un pacto por el progreso y el bienestar de la gente. Siempre me hago la misma pregunta, y nunca han sabido respondérmela: si el salario mínimo es tan bueno, ¿por qué no subirlo a 10.000€/mes?
Hundir España es fácil: simplemente hace falta copiar las políticas económicas que nos han traído hasta aquí y se demostraron perversas, es decir, intervencionismo, rigidez del mercado laboral y un espíritu estatista (que llega a su culmen durante el 15-M), propio de uno de los padres de la socialdemocracia Ferdinand Lassalle: «El Estado es Dios».
El fondo ideológico del acuerdo entre Podemos-IU es volver a la España de los años 30, con una sociedad dividida y una radicalización de la política. Aplicar el programa económico que contiene dicho acuerdo sería volver hacia atrás. ¿A eso lo llaman progreso? No, mejor que lo llamen destrucción.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Valoración de líderes y factores del voto

En las encuestas electorales, una pregunta que siempre suele aparecer es aquella relacionada con la valoración de los líderes políticos. Es una variable que puede tener cierta concordancia con el voto (si se le valora bien, se vota a su partido); aunque no debemos olvidar que en el voto influyen más factores, además del propio candidato.
Observando el barómetro post-electoral del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), publicado hace unos días, se puede hacer una comparación entre la valoración de los líderes políticos y a quién votamos después.


El candidato de IU, Alberto Garzón, es el mejor valorado, tanto en la media (5.23, siendo el único que aprueba) como por franjas de edad, salvo en la de mayores de 65 años, en la cual el mejor valorado es el líder de C’s, con una puntuación de 4.63.
Por otro lado, Mariano Rajoy es el candidato peor valorado (salvo en los mayores de 65, donde se acerca a la valoración de Rivera y Garzón), con una puntuación media de 3.43.
Pablo Iglesias y Mariano Rajoy son los casos más llamativos, ya que son los que tienen un electorado más afín y según van hacia el otro lado caen en picado. En el caso del líder de Podemos son los jóvenes los que mejor le valoran, y según va hacia los grupos de mayor edad, disminuye poco a poco su valoración, hasta que cae en picado entre los mayores de 65 años. Por su parte, al Presidente del Gobierno en funciones y líder del PP, le ocurre lo contrario. Tiene su peor valoración entre los jóvenes, y según avanza hacia los grupos más mayores va ganando en valoración positiva.
Los más estables son Pedro Sánchez, Albert Rivera y Alberto Garzón, que obtienen puntuaciones similares en todos los grupos de edad, siendo el grupo de 25-34 años el más negativo para los líderes del PSOE y C’s, y el grupo de mayores de 65 años el más negativo para el líder de IU.

Como se puede observar, los más jóvenes votan más a Podemos (con la ayuda de las confluencias el voto entre los más jóvenes supera el 30%), algo que concuerda con la valoración de líderes políticos, ya que, con la excepción de Alberto Garzón (el mejor valorado y el menos votado en todas las franjas de edad), Pablo Iglesias es el líder mejor valorado por los más jóvenes. La brecha generacional la confirma los escasos votantes de Podemos que encontramos entre los votantes de más edad, quienes prefieren votar a los partidos tradicionales: PP y PSOE.
Por su lado, a Ciudadanos le ocurre algo parecido. Es más votado entre los jóvenes (llegando a ser el más elegido entre los votantes de 35 y 44 años) que entre los mayores. Y eso que en la valoración se encuentra arriba en todos los tramos de edad, llegando a ser Albert Rivera el mejor valorado entre los más mayores (+ 65 años); algo que no tiene su recompensa a la hora del voto.
A PP y PSOE les ocurre todo lo contrario: sus electorados están formados mayoritariamente por personas mayores, que superan los 55 años. Entre los más jóvenes ocupan los últimos puestos (prefieren votar a Podemos y C’s). Algo que concuerda con la valoración que recibe el candidato del PP, Mariano Rajoy, mejor valorado entre el electorado más mayor que entre los jóvenes. El candidato del PSOE, Pedro Sánchez, por su parte, obtiene una valoración más o menos estable, algo que solo se nota en el voto entre los más mayores.
Factores del voto
El CIS pregunta por los factores que inciden a la hora de decidirse por un partido u otro. En esta pregunta también hay diferencias por edad. Así pues, la mayoría vota porque «son los partidos que mejor representan sus ideas», mientras que los más mayores votan teniendo en cuenta que «son las opciones que siempre han elegido».
Es decir, es posible que los más jóvenes piensen que Podemos y C’s sean los partidos que mejor representan sus ideas, mientras que los votantes a partir de 45 años se ven mejor representados por PP y PSOE, además de ser los partidos a los que siempre han votado.
Por su parte, las opciones «por el candidato» y «porque es el partido que está más capacitado para gobernar en España», tienen un apoyo más estable entre todas las franjas de edad.






Los votantes del PP tienen en cuenta que es el partido más capacitado para ellos para gobernar en España. Otro factor a tener en cuenta en el PP es que una parte de su electorado, la de más edad, vota al PP porque es el partido al que siempre ha votado; también por el candidato (casi un 18% de los que votan al PP), ya que Mariano Rajoy cuenta con una mejor valoración entre los votantes de más de 65 años, donde más votos obtiene el PP.
Los votantes del PSOE son los que más tienen en cuenta la tradición del voto. Por el contrario, no tienen apenas en cuenta la actuación socialista en la última legislatura o que sea el partido más capacitado para gobernar, al contrario de lo que piensan una mayoría de votantes populares.
Los que han votado a Podemos, dado que eran sus primeras elecciones generales de dicho partido, tuvieron más en cuenta que era el partido que mejor representaba sus ideas (casi el 53% del voto a Podemos). Solo el 12% de los votos a Podemos fueron por el candidato, Pablo Iglesias.
En cambio, los votantes de Ciudadanos fueron los que más votaron por el candidato (25.7%). El papel de Albert Rivera, por tanto, representa muchísimo en las opciones electorales de C’s.
Los votantes de IU eligieron como factor principal las ideas, junto a la tradición del voto y el candidato.
Con todo esto podemos hacernos una idea de la diferencia entre la valoración de los líderes y el voto. La mayoría de los votantes pueden valorar mejor o peor a un candidato, pero después incluyen otros factores, como el partido político (te puede gustar la gestión de un líder, pero no ser afín a la ideología de su partido; el voto útil, etc.), la tradición del voto (en el electorado más mayor, que representan PP y PSOE), que sea un partido que intente satisfacer tus demandas (uno de los factores principales, tanto por edad como por partido) o un voto del desencanto y del cabreo, más común entre el electorado joven, que representan en mayor medida Podemos y Ciudadanos.

martes, 3 de mayo de 2016

¿Liberalismo en España?

Ya saben aquello de que una mentira, por más que se repita, no deja de serlo. Es lo que ocurre en España con el liberalismo. Algunos, en tono de insulto, llaman neoliberalismo al sistema político de España, pero ya les digo que en nuestro país no hay rastro de liberalismo — ni de neoliberalismo, si utilizan el tono de la izquierda —.
El liberalismo se caracteriza por querer una reducción del tamaño del Estado, y por ende de su poder sobre los individuos; es decir, contención del poder político y burocrático, tanto en el plano social como en el económico. ¿Ha ocurrido algo de eso en España, y más concretamente desde la crisis económica? Veamos.
Analizando la libertad económica de España, ya podemos empezar a ver que no hay liberalismo. En el año 2007, cuando comenzó la crisis económica, España ocupaba el puesto número 27, con una puntuación de 70.87 sobre 100. Durante la crisis, España ha caído en libertad económica, desmontando una parte del mito de que nos «invade el liberalismo». Así pues, en el año 2016, la puntuación obtenida por España en esta clasificación era de 68.5, alcanzando la posición número 43.
Otro indicador que desmonta con gran facilidad este mito es el gasto público, junto a los ingresos y por tanto, el déficit público y la deuda pública. En el año 2007, el gasto público total de España estaba en torno a 420.000 millones de euros. En 2009 se alcanzó el gasto público total en su nivel máximo histórico: 494.000 millones. Para el año 2016 el presupuesto total está cifrado en 468.000 millones. En 9 años el gasto público habría aumentado 48.000 millones.
Como consecuencia de este gasto público desbocado desde los años de la burbuja, y dado que los ingresos han permanecido igual, surge lo que conocemos como déficit público. Con este indicador se desmontan dos mitos de golpe: el del liberalismo y el de la austeridad. España cerró 2015 con un déficit público del 5.16% del PIB, es decir, un desajuste presupuestario de algo más de 50.000 millones aproximadamente.
Como consecuencia de un déficit casi perpetuo — desde 1980 solo 3 años acabaron en superávit —, España ha echado mano de la deuda pública, cuyo aumento no tiene nada que ver con el rescate de las cajas de ahorros, que por otro lado tampoco tienen nada que ver con el supuesto liberalismo que algunos dicen está arrasando España y Europa. El capitalismo de libre mercado se caracteriza por privatizar tanto las ganancias como las pérdidas. Socializar las pérdidas, que es lo que se hizo mediante dicho rescate, por tanto, no tiene nada que ver con el liberalismo.
La deuda pública ha aumentado 650.000 millones desde que comenzara la crisis económica. El rescate de las cajas costó 60.000 millones, es decir, la deuda ha aumentado casi 11 veces la cuantía del rescate. Los que dicen que una cosa llevó a la otra simplemente mienten.
Otro indicador que nos sirve para ver que no hay liberalismo en España es la variación de empleados públicos. Como demuestra Manuel Llamas, hoy por hoy, el sector público emplea a más personal que en el pico de la burbuja inmobiliaria. A cierre de 2007, después del estallido de la crisis, el número de empleados públicos ascendía a 2.969.500 mientras que en 2015 acumuló un total de 3.000.700 de empleados públicos. Si el liberalismo, como he dicho antes, se caracteriza por querer la reducción de políticos y burócratas — donde se incluyen los empleados públicos —, ¿por qué se dice que hay liberalismo dominante cuando hay actualmente más empleados públicos que en plena burbuja?
Como muestra el siguiente gráfico, en el que se compara la evolución del empleo público —línea inferior— con el empleo privado —línea intermedia—. Se puede comprobar que el peso de la caída del empleo en España es puramente del empleo privado, el empleo público se ha mantenido intacto. La línea superior es el empleo total.
Encuesta de población activa EPA
Por último, otro indicador que demuestra el nivel de intervencionismo que padecemos en España es el número de páginas publicadas en los Boletines Oficiales, tanto a nivel estatal —BOE— como a nivel autonómico —Diarios Oficiales—. El BOE se ha mantenido más o menos en los mismos parámetros, mientras que las CCAA han dado rienda suelta al intervencionismo.
Páginas publicadas BOE
Como se puede comprobar, en España no hay ni rastro de liberalismo. Perdiendo libertad económica, con un gasto público desbocado, un déficit público casi perpetuo, una deuda que no deja de aumentar durante los últimos años y un rescate a las cajas de ahorros que hemos pagado todos los contribuyentes. A eso le sumas el número de páginas que nos regulan día a día y sale un coctel de intervencionismo que cualquier persona inteligente descubriría como nefasto para cualquier país. Pues no, en España algunos lo confunden con liberalismo demostrando una gran ignorancia e indigencia intelectual. Como siempre he dicho, algunos confunden intencionadamente intervencionismo con liberalismo para no reconocer la miseria intervencionista. Al fin y al cabo el adoctrinamiento y la mentira son habituales en la historia intervencionista, sea cual sea la ideología.