viernes, 23 de septiembre de 2022

Subida de tipos de interés: necesaria y conveniente

Actualmente nos encontramos inmersos en un episodio inflacionario de los que se estudiarán en cualquier facultad de Economía. La reapertura después de la paralización de la actividad económica provocada por el coronavirus hizo que las estructuras de producción, distribución y consumo se vieran gravemente dañadas.

A los famosos cuellos de botella y el encarecimiento de las materias primas, sobre todo la energía, hay que añadir también la política monetaria expansiva de los últimos años como otro ingrediente de un cóctel explosivo que prendió definitivamente a mediados de 2021, cuando la inflación empezó, poco a poco, a aumentar hasta situarse hoy en día en torno al 9% en la eurozona, con una inflación subyacente (sin tener en cuenta los precios de la energía ni de los alimentos sin elaborar) del 5,5% (datos Eurostat).







El aumento de la inflación ha hecho que el BCE haya empezado a subir los tipos de interés de referencia. Entre julio y septiembre hemos sido testigos de dos subidas (125 puntos básicos en total). No han faltado las críticas a estas subidas de los que dicen que subir los tipos de interés en el actual contexto, donde es bastante probable una recesión entre finales de 2022 y principios de 2023, sería dañar todavía más la capacidad de consumo e inversión de familias y empresas, dado el carácter restrictivo de una subida de los tipos de interés sobre la actividad económica. También los hay que dicen que, al estar presentes en una inflación por un shock de oferta, subir los tipos de interés e incidir sobre la demanda agregada no restablecería dicho shock y no se produciría ningún efecto sobre la inflación.

Bajo mi punto de vista, la subida de tipos de interés es necesaria y se equivocan las dos críticas que acabo de exponer. Por un lado, no hay que olvidar que el objetivo del BCE es siempre y en todo momento la estabilidad de precios (inflación 2% a medio plazo). Para conseguir dicho objetivo cuenta con la política monetaria. Después de años de política monetaria expansiva, y al situarse la inflación en máximos de varias décadas, es normal que se reviertan las intenciones y ahora adopten una política monetaria restrictiva para intentar llevar la inflación de vuelta al 2%.

Tampoco debemos olvidar que para suavizar posibles recesiones existe otro instrumento: la política fiscal. Como ya han advertido algunas instituciones (1), la política fiscal debe ser quien amortigüe el efecto contractivo de las subidas de los tipos de interés: mediante ayudas bien diseñadas, temporales y focalizadas en los sectores más perjudicados por la inflación y, sobre todo, con un objetivo a medio y largo plazo de consolidación fiscal, más urgente todavía en su componente estructural.

La segunda crítica también erra. Aun siendo una inflación caracterizada principalmente por un shock de oferta debemos tener en cuenta dos cosas: hay parte de la inflación que responde a presiones en la demanda (2) (sobre todo en vivienda, turismo y hostelería, gracias al ahorro embalsado durante la pandemia y diferentes políticas expansivas de estímulo), cuyos efectos también son visibles en los precios industriales (IPRI).



Por otra parte, el objetivo de subir los tipos de interés es bajar la inflación futura vía expectativas, no bajar la inflación pasada. Dicho de otra forma, no importa si es por oferta o por demanda, el BCE sube los tipos para lanzar un mensaje de que la inflación va a bajar. Las expectativas de inflación juegan un papel fundamental.

Por último, y no menos importante, la subida de tipos de interés por parte del BCE también quiere evitar una espiral precios-salarios. Cuanto más elevada y persistente sea la inflación, más probabilidad hay de que aumenten los salarios por encima de su tendencia para compensar la pérdida de poder adquisitivo (3). Esto haría, a su vez, que los costes de las empresas sigan subiendo, por lo que subirían de nuevo los precios y así sucesivamente. Es por ello por lo que lanzar un mensaje claro sobre las subidas de tipos y su efecto a la baja sobre la inflación, evitará dicha espiral. De acuerdo con la evidencia más reciente, todavía no se han identificado efectos importantes relacionados con dicha espiral precios-salarios en la eurozona (4). De hecho, los últimos datos sobre salarios reales apuntan a una pérdida considerable de poder adquisitivo en los últimos trimestres.


En resumen, las subidas de los tipos de interés son necesarias. El objetivo del BCE es la estabilidad de precios y sobre ello actúa. La normalización de la política monetaria, en estas condiciones, es más necesaria que nunca, aunque quizás llega tarde. Los tipos reales siguen en negativo y es por ello por lo que, si de verdad se quiere luchar contra la inflación desde la política monetaria, el BCE debería seguir subiendo los tipos de interés.

Nadie niega que subir los tipos de interés hace daño a la economía, pero también lo hace el mantener los tipos de interés bajos de forma artificial (incluso negativos) durante años, hasta el punto de no diferenciar rentabilidad y riesgo. Los que se quejan de subir tipos nunca se quejan de esto último.

Por otro lado, dejar que la inflación siga subiendo haría un daño más profundo. Como he dicho antes, para amortiguar en la manera de lo posible algunos efectos recesivos tenemos la política fiscal, pero para evitar una espiral precios-salarios, que haría enquistar la inflación y meternos en un callejón sin salida, solo tenemos la política monetaria.

No es el daño que hace subir los tipos de interés, sino el que evita si no subieran.

Referencias: 

(1) Banco de España. Informe Anual 2021, capítulo 1.

(2) Banco de España. Informe Anual 2021, capítulo 3.

(3) Energy Shocks Amid Rapid Inflation Could Fuel Faster Wage Gains (IFM Blog). Disponible en: https://www.imf.org/en/Blogs/Articles/2022/09/12/cotw-energy-shocks-amid-rapid-inflation-could-fuel-faster-wage-gains

(4) Wage share dynamics and second-round effects on inflation after energy price surges in the 1970s and today (ECB Economic Bulletin 5/2022). Disponible en: https://www.ecb.europa.eu/pub/economic-bulletin/focus/2022/html/ecb.ebbox202205_02~e203142329.en.html


*Publicado en la web de Daniel Lacalle: https://www.dlacalle.com/subida-de-tipos-de-interes-necesaria-y-conveniente/

viernes, 3 de julio de 2020

Mitos sobre la reforma laboral

El sábado 13 de junio se publicó en El Confidencial un artículo firmado por Toni Ferrer y Ramón Górriz sobre el impacto de la reforma laboral de 2012 (RL2012) en el mercado laboral y en la situación económica de España. En estas líneas cito algunas de las falacias que contiene dicho artículo y su correspondiente réplica.

Desde el principio del texto, los autores quieren dejar claro que “los efectos de la reforma laboral están aquí, una sociedad con cuotas enormes de precariedad, desigualdad, pobreza y hambre”. Como suele ser habitual desde la izquierda, achacan todos los males que pueda tener la economía española a la RL2012, aunque esas deficiencias puedan venir de la falta de reformas estructurales de las últimas décadas.

La precariedad se suele medir, generalmente, con el porcentaje de contratos temporales, lo que se conoce como “temporalidad”. Es cierto que desde 2012 la temporalidad ha aumentado en España, empero, no se puede achacar esta subida a la reforma laboral. La dualidad del mercado de trabajo viene de lejos. De hecho, durante la década previa a la Gran Recesión la temporalidad sobrepasaba el 30%, mientras que en 2019 fue el 26%, según datos del INE. Es decir, si la precariedad se asocia a una alta temporalidad y una marcada dualidad, el marco normativo laboral previo a esta reforma laboral se caracterizaba por una mayor temporalidad. Y es que la alta temporalidad (dualidad) del mercado laboral español es consecuencia de graves ineficiencias de éste, como son las diferentes condiciones entre indefinidos y temporales, y no consecuencia directa de la RL2012.

Por el mismo camino, la desigualdad tampoco es hija de la RL2012. El coeficiente de Gini expresa un aumento de la desigualdad a partir de 2008. Este aumento tiene que ver con la destrucción de empleo que se dio durante la crisis (como indica el economista Rafael Doménech en su investigación sobre la desigualdad en España, el 80% de la varianza de la desigualdad se explica por el desempleo). A partir de 2014, y una vez que comenzó la recuperación, la desigualdad ha ido disminuyendo año tras año, hasta situarse en 2018 en el nivel más bajo desde 2009, lo que refleja que la desigualdad ha descendido desde la reforma laboral, en contra de lo que dicen los autores del artículo.

La pobreza se suele medir en términos de riesgo de pobreza o exclusión social o en términos de carencia material severa. El primero mide desigualdad y no pobreza, según indica el INE. La carencia material severa sí es una aproximación más fiel de la pobreza. Ambos indicadores muestran un comportamiento similar: aumentaron durante la crisis, alcanzado su máximo en 2014, y han ido disminuyendo durante la recuperación económica. Ambos indicadores muestran en la actualidad un nivel inferior al de 2012. Por tanto, desde la RL2012 no ha aumentado el porcentaje de población en riesgo de pobreza ni en carencia material severa.

Respecto al hambre, el indicador más fiable, dentro de la carencia material severa, es el que mide el porcentaje de población que no puede permitirse una comida de carne, pollo o pescado cada dos días. Al igual que los otros tres indicadores, éste también aumentó durante la crisis, pero a diferencia de aquéllos, no se ha reducido durante la recuperación, sino que ha aumentado. Ahora bien, ¿es esto achacable a la reforma laboral? Observando los datos del INE, se puede ver que en los años en que la temporalidad fue mayor, esta carencia fue menor. Luego no existe correlación entre precariedad, entendida como temporalidad, y este indicador.

Continúan los autores diciendo que “los objetivos de la reforma eran: la devaluación salarial, facilitar y abaratar el despido y el debilitamiento cuando no la ruptura de la negociación colectiva”. Por un lado, las tres cosas mencionadas no indican per se que un mercado laboral sea mejor o peor (los mercados laborales con una regulación laboral menos rígida suelen tener tasas de desempleo más bajas, además de menores niveles de precariedad). Y tampoco tiene relación con lo expresado en líneas anteriores. Lo que sí se sabe es que la flexibilidad salarial, como indica un estudio de BBVA Research realizado por Rafael Doménech et al., tiene efectos positivos en un marco laboral caracterizado por un alto desempleo estructural. Si la flexibilidad salarial se hubiese producido desde el principio de la crisis se habría evitado parte de la caída del PIB y del empleo, según indica el estudio mencionado. Del mismo modo, dicha flexibilidad salarial propició que el crecimiento del empleo a partir del cuarto trimestre de 2013 se produjera antes y con mayor intensidad de lo esperado.

También se sabe que la RL2012 ha aumentado la probabilidad de firmar un contrato indefinido y ha reducido la velocidad de destrucción de empleo entre los trabajadores temporales debido a la mayor flexibilidad interna de las empresas, según un estudio de Fedea realizado por J. Ignacio García Pérez. A su vez, el número medio de despidos pasó de 898.000 por trimestre en media para el periodo 2008-2012 a 809.000 en el periodo 2012-2016. No parece, pues, que “facilitar el despido” haya provocado un aumento medio de los despidos, ni siquiera en los contratos temporales.

El artículo de Toni Ferrer y Ramón Górriz sigue con una referencia a “los recortes en los salarios de los empleados públicos, en las prestaciones por desempleo, en las pensiones y en los servicios públicos esenciales”. El viejo argumento falaz de unos recortes que han mermado sustancialmente el Estado del Bienestar. La remuneración de empleados públicos alcanzó el máximo histórico en 2018, manteniendo una tendencia creciente desde 2013. Respecto a las prestaciones por desempleo, su generosidad es similar a la del conjunto de la UE y, además, España es uno de los países de la OCDE con una condicionalidad menos estricta en lo referente a sus políticas pasivas de empleo, como se muestra aquí. Por su parte, la pensión media en términos reales es superior al nivel de 2012, según datos del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones.

Y el grueso del Estado del Bienestar, si bien sufrió algunos recortes concentrados entre 2010 y 2013 (algunos parecen olvidar que el déficit público de estos años era superior a 100.000 millones), sigue una línea ascendente a partir de 2014. En la actualidad, tanto en sanidad como en educación, el gasto es superior al nivel de gasto previo a la crisis de 2008 y, también, superior al nivel de gasto del año 2012, según datos de IGAE y Eurostat.

Además, como muestran los economistas Doménech, Boscá y Ferri en un artículo publicado en la web Nada es gratis, el gasto público corriente per cápita en términos reales no ha dejado de crecer desde 2012 (también en sanidad y educación). No, desde la RL2012, en términos generales, no hay recortes: los hubo en unos años concretos, que ya han sido revertidos. No se ha desmantelado el Estado del Bienestar ni ha habido recortes profundos en los servicios públicos esenciales, en términos generales.

El resto del artículo de Ferrer y Górriz es un alegato contra las grandes empresas y el capital. Parecen olvidar los autores de que España es un país de microempresas y que las grandes empresas son una excepción y no la regla general. Parecen olvidar también que, en términos comparados, las grandes empresas crean más empleo y suelen ofrecer mejores condiciones laborales que las pymes.

Llegan a decir que la reforma laboral “ha condenado a sectores de trabajadores y trabajadoras, a la precariedad, cuando no a la indigencia”. Como he dicho en líneas anteriores, la precariedad ha aumentado desde 2012, sí, pero sigue sin alcanzar los niveles previos a la crisis de 2008 (como muestra la literatura económica, la temporalidad es un problema estructural del mercado laboral español, no surge específicamente de la RL2012) y tanto la desigualdad como la pobreza son en la actualidad menores que en 2012.

En definitiva, el artículo es un alegato a favor de la derogación de la reforma laboral y a favor de un mercado laboral más rígido, con un mayor intervencionismo. Además, se quejan de la flexibilidad salarial pero callan ante la inmensa destrucción de empleo que se dio entre 2008 y 2013 (un aumento de 4 millones de parados, según la EPA), con la normativa laboral a la que quieren volver. También callan ante el problema del alto desempleo estructural que sufrimos en España y piensan que con mayor intervencionismo y rigidez se va a solucionar, cuando precisamente ha sido la rigidez (sobre todo salarial y de negociación colectiva) lo que llevó a la intensa destrucción de empleo previa a la reforma laboral. De hecho, según la investigación realizada por Rafael Doménech citada en un párrafo anterior, si la reforma laboral se hubiera implementado al comienzo de la crisis, hasta 2016 se habrían salvado 2 millones de empleos y la tasa de desempleo hubiera sido 8 puntos porcentuales inferior a la registrada ese mismo año.

Dicen que “no hay que inventar, ni tergiversar u ocultar, las cifras lo dejan claro”. Pero su artículo no aporta un solo dato, una sola cifra. Tampoco aporta una sola evidencia de lo que se ha escrito. El artículo de Ferrer y Górriz es tan solo, a mi parecer, la típica propaganda de la izquierda. Intentan hacer ver que a partir de la RL2012 la precariedad se ha disparado, que somos más desiguales y pobres que antes de la reforma laboral y que el Estado del Bienestar se ha desmantelado en favor del capital y las grandes empresas. La realidad es bien diferente, como he intentado explicar a lo largo de estas líneas. Es cierto que la RL2012 no es perfecta y tiene mucho que mejorar, en eso estaremos todos de acuerdo, pero dicha reforma laboral no causó todo eso que Ferrer y Górriz dicen en su artículo: muchos indicadores han mejorado desde 2012 y otros, como la temporalidad, muestran un comportamiento estructural de la economía y, por tanto, no son causa de la RL2012. Las cifras lo dejan claro.


* Publicado en Libertad Digital

lunes, 15 de junio de 2020

A pesar de lo que dice el Gobierno, la desigualdad aumentará en 2020


Son muchos los mensajes que se lanzan desde el Gobierno formado por PSOE y Podemos de que la anterior crisis se afrontó de una manera diferente a la crisis del coronavirus. Según el mismo, las consecuencias de ambas crisis también serían diferentes. Por ejemplo, Pablo Iglesias en una de sus intervenciones en la mal llamada Comisión de Reconstrucción viene a decir algo así como que en la Gran Recesión pagaron los de siempre, la clase media y trabajadora, mientras que en la crisis de 2020 están siendo protegidos [1].

La propaganda del Gobierno está sobre la mesa. Pero la realidad es bien diferente. Junto a una de las peores gestiones sanitarias del mundo contra el Covid-19 tenemos una respuesta económica que puede ser menos eficaz de lo que se piensa. Un “escudo social” de los menos generosos de los países de nuestro entorno [2] y una excesiva dependencia del BCE [3], como viene siendo tendencia en los últimos años, de la mano de una política fiscal expansiva que aumentará el déficit y la deuda a niveles no vistos, al menos, en la historia reciente de España. Es verdad que a corto plazo (lo que Frédéric Bastiat llamaba “lo que se ve”) puede ser un camino correcto, pero Henry Hazlitt nos dejó una lección a seguir siempre en cualquier análisis económico: a saber, observar las consecuencias de cualquier política económica analizando los efectos sobre el largo plazo y sobre todos los agentes económicos [4], es decir, enfocar también hacia “lo que no se ve”. En el largo plazo cambian las sensaciones y, en ausencia de reformas estructurales, enganchados al BCE, con un mercado laboral poco flexible, seguiremos sin despegar hacia las posiciones de economías líderes. Al fin y al cabo la economía española venía en plena desaceleración y se dejaba entrever un claro agotamiento del crecimiento para los próximos años. El coronavirus solo ha acelerado el proceso. Pensar que los efectos de las gestiones de ambas crisis van a ser diferentes, mientras mantenemos los mismos errores fundamentales en la política económica [5] y seguimos sin reformas estructurales, confiando en que el Estado deba intervenir más y ver al sector privado solo como quien paga impuestos y no como el que de verdad vertebra la creación de empresas, empleo y fortalece el crecimiento, es cuanto menos ingenuo.

Una de las consecuencias principales de la crisis que empezó en 2008 fue el aumento de la desigualdad (de renta). Como se puede observar en el gráfico 1, el coeficiente de Gini aumentó durante los años en los que el PIB caía. A partir de la recuperación económica se observa un mejor comportamiento de la desigualdad, cayendo el coeficiente de Gini en los años de crecimiento del PIB.

Una de las causas de la desigualdad como variable anticíclica se encuentra en el efecto del desempleo sobre la propia desigualdad. Como demuestra Goerlich, “con posterioridad a 2007 el desempleo contribuye en mayor medida al incremento de las desigualdades” [6]. A esta conclusión también llega un trabajo realizado por el economista Rafael Doménech (2016), según el cual el desempleo explica hasta el 80% de la varianza de la desigualdad en España [7] (véase gráfico 2). En este mismo camino, y al contrario de lo que se suele argumentar desde posiciones intervencionistas y su propaganda anti-ricos, este aumento de la desigualdad no fue provocado por los más ricos: “el aumento de la desigualdad durante la crisis se debe a la caída de los ingresos del 40% de la población con menos renta” [8].

Así pues, se observa cómo la caída del PIB y el aumento del desempleo tienen un fuerte impacto en el aumento de la desigualdad en España.

La crisis económica derivada del Covid-19 dejará un escenario en el que el PIB puede caer más del 10%, según estimaciones del Gobierno y organismos económicos como la AIReF o el Banco de España. La tasa de desempleo también va a aumentar. En el IV Trimestre 2019 ascendía al 13,8%, según datos de la EPA. Los escenarios más optimistas la sitúan entre el 18 y el 19% para finales de 2020. Los más pesimistas, a su vez, la sitúan en el 25%. El Gobierno, en el Programa de Estabilidad 2020-21, prevé que la tasa de paro se sitúe en 2020 en torno al 19%.

Como he dicho antes, la principal conclusión de la Gran Recesión fue el aumento de la desigualdad por el aumento del desempleo. En 2020 nos enfrentamos a un escenario en el que el PIB va a caer más que ningún año de la anterior crisis (incluso superior a la agregación de todos los datos negativos del PIB durante esos años) y el desempleo, a su vez, también va a aumentar. A pesar de lo que dice la propaganda del Gobierno (efectos contrarios a los de la crisis de 2008), la desigualdad va a aumentar en esta crisis, así como aumentó en la anterior crisis: y no porque los ricos vayan a ser más ricos, sino por el efecto del desempleo, sobre todo en trabajadores temporales (los más vulnerables). Y todo ello, como muestra el propio Goerlich (2016), a pesar de los efectos redistributivos de las transferencias monetarias (como el reciente Ingreso Mínimo Vital), junto a otras prestaciones como pensiones y prestaciones por desempleo, y los efectos redistributivos del resto de componentes del Estado del Bienestar.

Si el Gobierno quiere vender la idea de que no va a aumentar la desigualdad y que va a proteger a la clase media y trabajadora, debe enfocar sus reformas en aquellas que faciliten la creación de empresas y el aumento de su tamaño medio y aquellas que faciliten la creación de empleo; algo que, como muestra el deseo de derogar la reforma laboral de 2012, este Gobierno lleva en la dirección contraria. Pero ya se sabe: una cosa es la propaganda y otra, la realidad.


[1] En referencia a esta intervención, un tweet de Podemos que lo resume. Disponible en https://twitter.com/PODEMOS/status/1268603425727475713

[2] Anderson, J. et al. (2020, 4 de junio). The fiscal response to the economic fallout from the coronavirus. Bruegel Institute. Disponible en https://www.bruegel.org/publications/datasets/covid-national-dataset/

[3] La dependencia de España del BCE alcanza el récord de 400.000 millones (2020, 6 de junio). El Mundo. Disponible en https://www.elmundo.es/economia/2020/06/06/5eda711621efa0a9208b460f.html

[4] Hazlitt, Henry. Economía en una lección. Unión Editorial.

[5] Lagarejos, David (2020, 26 de mayo). Otra vez los mismos errores. Fundación Civismo. Disponible en https://civismo.org/es/otra-vez-los-mismos-errores/

[6] Goerlich, Francisco J. (2016). Distribución de la renta, crisis económica y políticas redistributivas, Fundación BBVA, p.87

[7] Doménech, Rafael (2016). La desigualdad en España: evolución, causas y políticas, BBVA Research, p. 10

[8] Ibídem, p.7

* Publicado en Fundación Civismo

lunes, 1 de junio de 2020

Los errores del Gobierno de Zapatero en 2008 y 2009 que el Gobierno de Sánchez parece querer repetir


España, al igual que otros países de nuestro entorno, encara el año 2020 como el principio de una crisis económica como consecuencia de los efectos de la pandemia del Covid-19. La crisis sanitaria que tuvo lugar unas semanas atrás está provocando numerosos efectos en la economía española.

La anterior crisis económica (Gran Recesión) comenzó en España en 2008 (recesión en los dos últimos trimestres) y alcanzó sus peores efectos negativos en 2009. Por aquel entonces, el comportamiento del Gobierno encabezado por Rodríguez Zapatero dejó mucho que desear respecto a las formas con las que se afrontó dicha crisis. Los errores de aquel Gobierno mermaron mucho la capacidad económica de España para solucionar los efectos negativos de la Gran Recesión.

El primer error tiene que ver con la postura del Gobierno de Zapatero ante la crisis que se venía encima. Primero se negó y después se subestimó su impacto.

En 2008 ya se empezaban a ver los primeros signos de lo que venía por delante. Empezaba a aumentar el desempleo y el PIB mostraba algunos síntomas de desaceleración desde la segunda mitad de 2007. Para el Gobierno, por aquel entonces, la crisis hipotecaria no iba a afectar a España (agosto 2007) [1]. El presidente Zapatero llegó a decir que “hablar de crisis económica es puro catastrofismo” (enero 2008) [2]. Según el mismo presidente, España iba a seguir creando empleo y continuaría en superávit fiscal durante ese año. Todavía en junio de 2008, Zapatero seguía en sus trece de no reconocer la situación de la economía española: “es un tema opinable si hay crisis o no” [3].

Por otro lado, se subestimó el impacto de la recesión. El Programa de Estabilidad 2008-2011 presentado por el Gobierno reflejaba una caída del PIB para el año 2009 de -1.6%. Nada que ver con el -3,8% que terminó cayendo el PIB en ese año. La previsión para 2010 también pecó de optimismo, apostando por un crecimiento del PIB del 1,2%. La realidad económica, en este caso, también fue diferente a las previsiones del Gobierno: el PIB tan solo aumentó un 0,2% en 2010.
El segundo error tiene que ver con la utilización del gasto público con carácter discrecional y estructural para afrontar la recesión.

España cerró 2007 con un superávit del 1,9% del PIB, según Eurostat. En un entorno de desaceleración económica y de sucesos anómalos como la quiebra de Lehman Brothers, que hacían prever tiempos difíciles, la política fiscal expresada en los PGE 2008 tenía una intención claramente expansiva. A medida que la economía iba desfalleciendo, se aprobaron nuevas medidas que elevaron el impulso fiscal. En 2009 la política fiscal mantuvo esa orientación expansiva.

Así pues, entre 2007 y 2009 el gasto público aumentó del 39,3% del PIB al 46,2% del PIB, respectivamente, según Eurostat. Entre las medidas que encabezaron la política fiscal expansiva encontramos el famoso “Plan E” (el cual, según la fiscalización del Tribunal de Cuentas, no cumplió con sus objetivos: ni ayudó a crear empleo ni se destinó mayoritariamente a nuevas inversiones [4]) y, a la vez, el aumento del gasto en los estabilizadores automáticos. No solo aumentó el gasto público por efecto del ciclo (estabilizadores automáticos), sino que también aumentó el gasto discrecional (estructural).

El comportamiento del gasto público como medida anticíclica, es decir, para amortiguar el impacto negativo del ciclo económico, contribuyó al empeoramiento del saldo estructural en estos años. Como resultado, en 2009 se alcanzó un déficit público del 11,3% del PIB, según Eurostat. Por tanto, entre 2007 y 2009 el déficit aumentó un 13% del PIB. Según el Banco de España, este deterioro de las finanzas públicas se dio por tres factores explicativos, si bien “en su mayor parte tiene un marcado carácter estructural” [5]. Este aumento del déficit supone “un empeoramiento de la situación presupuestaria sin precedentes (…) Una parte significativa del déficit público tendría, además, un carácter estructural” [6]. Así lo recogen también Uxó González et al. en un trabajo sobre la valoración del estímulo fiscal de 2009. En dicha valoración, los autores llegan a la conclusión de que, entre 2007 y 2009 “la mayor parte del aumento del déficit se debe al deterioro del saldo primario ajustado cíclicamente” [7], hasta el 10% del PIB se explica como déficit estructural en el año 2009.

El tercer error está relacionado con una subestimación de la caída de los ingresos públicos.

Entrando en la crisis económica los ingresos públicos descendieron vertiginosamente entre 2007 y 2009, pasando del 41% del PIB al 35% del PIB, respectivamente, según Eurostat. Una caída de 6 puntos porcentuales que refleja la vulnerabilidad de la burbuja inmobiliaria que se produjo durante los años anteriores y una situación irreal del saldo presupuestario (en especial los ingresos públicos) entre 2004 y 2007 [8]. Dicha caída no estuvo entre las previsiones del Gobierno. En la Actualización del Programa de Estabilidad 2008-2011 la ratio ingresos/PIB más baja se estimaba en el 37% del PIB en 2008.

El descenso de los ingresos públicos también diferencia entre medidas cíclicas y estructurales. La caída de la recaudación impositiva (-56.000 millones entre 2007 y 2009), consecuencia de la caída de la actividad económica y la destrucción de empleo, hizo mella en la totalidad de ingresos públicos. Según la Agencia Tributaria, las modificaciones tributarias de carácter discrecional tuvieron un impacto de prácticamente la mitad de la disminución de ingresos impositivos durante esos dos años (-27.000 millones) [9].

Como conclusión de esta primera parte, estos tres errores están relacionados entre sí y muestran su grave impacto en cómo se afrontó la Gran Recesión. Por su parte, la negación de la crisis hizo perder tiempo en buscar medidas, restando eficacia; además, también desperdició la necesidad de afrontar reformas estructurales que necesitaba la economía española. Igualmente, la subestimación de la crisis en las variables económicas que manejaba el Gobierno hicieron que la política económica de 2008 siguiera por el mismo ritmo de los años anteriores: una senda expansiva que esperaba que los ingresos siguieran haciendo flotar el (ficticio) superávit fiscal conseguido en 2005, 2006 y 2007. A este respecto, el Banco de España, en el Boletín Económico de junio de 2008 advertía del peligro de creer como estructurales los ingresos de los años del boom inmobiliario y recomendaba cautela con la política económica a desarrollar en los años siguientes: “la necesidad de manejar con cautela la política fiscal durante la actual fase de desaceleración” [10]; pero el Gobierno no hizo caso y siguió aumentando el gasto público, también el componente estructural, mientras los ingresos empezaban a caer.

Todo ello produjo el mayor déficit de la historia reciente (-11,3% del PIB en 2009), en su mayoría de carácter estructural (es decir, sin tener en cuenta las medidas cíclicas del comienzo de la crisis) y comenzando una senda expansiva en la deuda pública (entre 2007 y 2009 la deuda aumentó del 35,8% del PIB al 53,3% del PIB, según datos de la Comisión Europea). El binomio déficit-deuda, junto a un mercado laboral con problemas estructurales que ya destruía empleo en 2008 (la tasa de desempleo aumentó del 8,6% al 13,8% en dicho año, según la EPA), dejaron a España en una situación económica bastante vulnerable; una política fiscal expansiva previa y durante la recesión económica que no solucionó en absoluto la primera parte de la crisis en 2008 y 2009 y que sentó las bases de la siguiente recesión entre 2011 y 2013.

Respecto al Gobierno de Pedro Sánchez, su gestión y cómo han afrontado la pandemia del Covid-19, junto a algunas medidas económicas, recuerdan en parte a la situación de 2008 y 2009. El primer error también se observa en la situación actual. Primero fue la negación de que el coronavirus afectaría a España (Fernando Simón: “España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado”, 31 de enero de 2020) [11]. Después fue la infravaloración de la crisis económica que viene en camino. En marzo la Vicepresidenta de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, afirmó que el impacto económico del coronavirus no será muy importante en España [12]. La realidad, de nuevo, ha dejado mal paradas las previsiones del Gobierno. España ha sido uno de los países más afectados por el virus [13] y su economía va a tener un impacto muy negativo, de los peores de la UE y del resto de economías desarrolladas, según las previsiones del Gobierno a través del Programa de Estabilidad (una vez reconocido que el impacto sí va a ser significativo) y diferentes organismos, como la AIReF, el Banco de España, la Comisión Europea, etc.

Respecto al gasto público y los ingresos públicos, también observamos un patrón de comportamiento similar entre el actual Gobierno y el que afrontó la Gran Recesión.

Por la parte del gasto público, en España aumentó durante el año 2019, en una declaración de intenciones de aplicar una política fiscal expansiva, sin atender a las advertencias de la desaceleración económica. Las medidas aplicadas para hacer frente al impacto económico derivado del coronavirus siguen por ese camino: aumentar el gasto público como medida anticíclica. Entre las medidas del “escudo social”, de las menos generosas de los países de nuestro entorno [14], y el aumento del gasto coyuntural a través de los estabilizadores automáticos, unido a la caída del PIB, se estima que en 2020 el gasto público supere el 50% del PIB, según datos del Programa de Estabilidad y estimaciones de la AIReF, o se quede muy cercano a ese límite, según la Comisión Europea.

Por el lado de los ingresos públicos, lo normal es esperar una caída, siendo mayor cuanto peor sea el impacto económico y más afecte al empleo y el consumo, entre otros aspectos. El Gobierno asume un aumento de la ratio ingresos/PIB desde el 39% hasta el 41,2% (asumiendo un escenario en el que los ingresos caen en menor proporción que el PIB; efecto denominador). Por su parte, la AIReF tan solo asume un aumento de esta ratio hasta el 39,5% del PIB, debido a una menor estimación de ingresos impositivos y cotizaciones sociales respecto a la estimación del Gobierno. He aquí donde está el error, igual que ocurrió en la crisis anterior durante 2008 y 2009: subestimar e infravalorar la caída de ingresos públicos. Si los ingresos caen más de lo esperado, el déficit aumentará más y esto puede empeorar las perspectivas económicas de los próximos años.

Al igual que ocurrió en la crisis anterior, esta crisis va a empeorar el binomio déficit-deuda, toda vez que irá de la mano de un empeoramiento del componente estructural, es decir, sin tener en cuenta las medidas transitorias para hacer frente al impacto económico del Covid-19. España cerró 2019 con un aumento del déficit público hasta el 2,8% del PIB, según Eurostat (y un aumento del déficit estructural situándose entre el 3,1% del PIB, según el Banco de España, y el 4,2% del PIB, según la Comisión Europea) y una ligera reducción de la deuda hasta el 95,5% del PIB, según Eurostat.

Según las estimaciones del Gobierno, de la mano de estimaciones de organismos económicos citados anteriormente, el déficit público de 2020 sobrepasará el 10% del PIB. Como ya ocurrió en la crisis anterior, este aumento del déficit conlleva un aumento del déficit estructural. Según la Comisión Europea, éste podría sobrepasar el 5% del PIB tanto en 2020 como en 2021. Por su parte, las estimaciones del Gobierno con la deuda pública la sitúan en el 115,5% del PIB en 2020, mientras que la AIReF y el Banco de España dicen que la deuda podría aumentar hasta el 122% del PIB en sus escenarios más negativos.

Así pues, se observa que los errores cometidos en la gestión económica de los años 2008 y 2009 se pueden repetir en la gestión económica de 2020. Primero, negando una crisis, ya sea económica o sanitaria, la cual también afecta, y mucho, a la economía; y, después, estimando a la baja sus impactos. Segundo, la implementación de una política fiscal expansiva (con mayor protagonismo de un aumento del gasto público) en plena desaceleración económica, como si fuera magia y dicho aumento del gasto resolviera todos los problemas económicos por sí mismo. Tercero, infraestimar la caída de los ingresos y no tenerlos en cuenta a la hora de implementar la política económica, creyendo que se tiene un colchón fiscal que luego no es tal, aumentando más de lo pensado el déficit público y, por tanto, la deuda pública y aumentando los problemas de sostenibilidad de la economía.

Al comienzo de la Gran Recesión “se sobrevaloró el margen disponible para instrumentar políticas fiscales contracíclicas” [15]. Del mismo modo, durante 2019 se aumentó el gasto público, junto al déficit público, que unido al alto nivel de endeudamiento público dejaron menos margen frente a shocks inesperados. Dicho shock ha llegado y, ante una economía vulnerable, el esfuerzo realizado durante estos meses nos dejará en una situación de mayor vulnerabilidad. Como señalan Alesina et al. “si los gobiernos mantuviesen la disciplina fiscal de forma más o menos constante, la austeridad no sería necesaria, más allá de casos puntuales” [16]. Lección a tener en cuenta para los próximos años.

Lo señalado en el párrafo anterior (el aumento del gasto y del déficit en 2019, mientras la economía crecía al 2%) nos lleva a una situación económica muy vulnerable. Aumento del déficit público (sobre todo del componente estructural), con un elevado nivel de deuda pública (sin apenas planes de sostenibilidad a medio y largo plazo) y una situación también vulnerable respecto al mercado de trabajo. Y es que aumentar el gasto o el déficit en recesión puede ser entendible (y más si afecta a partidas presupuestarias que sean más vulnerables frente a la recesión); lo que no es entendible, y muchos menos defendible, es que el Estado mantenga una inercia y pretenda ser cada vez más grande en cualquier circunstancia (¿por qué defender una política fiscal expansiva en etapas de crecimiento económico?), rompiendo con cualquier posibilidad de “gobierno limitado”, principio básico del liberalismo.

Tampoco tiene sentido que, para suavizar a corto plazo los efectos de la recesión, se aumente el gasto para proteger el empleo o asegurar una estabilidad de la renta, mientras políticos y burócratas, a través de regulaciones y mercados intervenidos y poco liberalizados, ponen piedras en el camino de individuos y empresas, haciendo difícil conseguir un empleo o buscar rentas en dichos mercados intervenidos.

La activación de políticas expansivas de demanda para sostener el nivel de actividad pueden, si acaso, amortiguar en el corto plazo los efectos recesivos, si bien no es lo más recomendable a medio y largo plazo (el mismo Keynes, a quien tanto citan los defensores de las políticas expansivas, defendía el superávit fiscal en etapas de crecimiento económico). Estas políticas expansivas de naturaleza cíclica no corrigen por sí solas los problemas de naturaleza estructural que subyacen a las crisis y que éstas pueden aumentar. Se necesitan reformas estructurales y políticas de oferta. Por desgracia, otro aspecto en el que coinciden el gobierno de Zapatero y el gobierno de Sánchez (el cuarto error) es la ausencia de reformas estructurales que doten de dinamismo y fortaleza a la economía española, drenando los errores de las últimas décadas y posibilitando un mejor comportamiento futuro. Pensar en el largo plazo no estaría de más.

Referencias:




[4] Tribunal de Cuentas. Informe de Fiscalización del Fondo Estatal de Inversión Local. Nº982

[5] Banco de España. Informe Anual, 2008, p.138

[6] Banco de España. Informe Anual, 2009, p.123

[7] Uxó González et al. Análisis y valoración de las medidas discrecionales de estímulo fiscal aplicadas en España en 2009. Presupuesto y Gasto Público 59/2010, p.59

[8] Zack, Guido et al. Some New Results on the Estimation of Structural Budget Balance for Spain. Hacienda Pública Española / Review of Public Economics, 210-(3/2014)

[9] Agencia Tributaria. Informe Anual de Recaudación Tributaria. 2008, 2009

[10] Banco de España. Boletín Económico, junio 2008, p.80




[14] The fiscal response to the economic fallout from the coronavirus, Bruegel Institute (https://www.bruegel.org/publications/datasets/covid-national-dataset/)

[15] Banco de España. Documento ocasional nº 1201. Claves de la crisis económica española y retos para crecer en la UEM, 2012, p. 30

[16] Alesina, Alberto et al. Austeridad. Cuándo funciona y cuándo no. Deusto, 2020, p.15


* Publicado en Fundación Civismo

martes, 26 de mayo de 2020

La sostenibilidad presupuestaria: los recortes vienen en camino

España se encuentra, al igual que otros países de nuestro entorno, en una crisis económica y social derivada de la crisis sanitaria que se padeció hace pocas semanas como consecuencia de la pandemia del Covid-19. Esta crisis económica acaba de comenzar y ya deja destellos de lo que acabará siendo; por ejemplo, la destrucción de empleo, el aumento del gasto público por los estabilizadores automáticos, la pérdida de ingresos impositivos por la caída de la actividad económica, etc. Todo ello nos da cierta idea del escalabro que se va a producir en el déficit público y, por tanto, en la deuda pública.
Los datos reflejan que España parte de una situación muy negativa. El déficit público de 2019 se situó en el 2,8% del PIB (un aumento de 0,3% del PIB respecto al déficit de 2018), con un aumento del déficit estructural. Por su parte, la deuda pública se situó en un 95,5% del PIB. En ambas variables económicas nos situamos en posiciones de cabeza respecto a los países de la UE. Los efectos económicos de la pandemia harán que tanto el déficit como la deuda se disparen. Así, el Gobierno prevé, en su Programa de Estabilidad, un déficit que sobrepasaría el 10% del PIB en 2020. En esta línea se han pronunciado diferentes instituciones y organismos económicos, como el Banco de España, la AIReF, BBVA Research, Funcas, etc. Todos ellos coinciden en que el déficit público de 2020 sobrepasará dicho 10%. Por otro lado, el Programa de Estabilidad prevé que la deuda pública ascienda este año hasta el 115,5% del PIB. Estas instituciones y organismos económicos a los que hago referencia también prevén una deuda pública que sobrepase el 110% del PIB, en función de los escenarios y el comportamiento de la economía española respecto a las medidas sanitarias y las fases de desescalada.
Así pues, queda claro, en base a dichas estimaciones, que España comenzará 2021 con unas cuentas públicas en una situación nefasta. Las consecuencias económicas del Covid-19 ahondarán en la nefasta gestión de los últimos años y el poco esfuerzo realizado por alcanzar la sostenibilidad fiscal. La recuperación económica post coronavirus no está garantizada y prueba de ello es que el Gobierno abandonó hace semanas la idea de recuperación en «V» y ahora habla de «V asimétrica», una especie de eufemismo que confirma que la recuperación llevará su tiempo y la vulnerabilidad de la economía previa al shock de 2020 puede mermar la capacidad de dicha economía para volver al nivel previo a esta crisis.
¿Cuál debe ser, pues, la línea a seguir por el Gobierno? La situación fiscal deja un escenario con dos caminos: subir impuestos para aumentar la recaudación o reducir el gasto público, o bien un mix de ambas. La evidencia nos dice que a la hora de enfrentar una recesión económica, reducir el gasto produce menos efectos adversos en la economía que aumentar los impuestos. Ahora bien, la ideología del Gobierno propugna lo contrario: subir todos los impuestos que sean posibles; ni una palabra de reducción y racionalización del gasto.
Ahora bien, subir los impuestos en una crisis originada por un shock de oferta no es lo ideal. Y menos, disfrazarlo de un aumento solo a rentas altas, patrimonios superiores a 1 millón de euros y grandes empresas. El déficit público ascenderá, como mínimo, a unos 120.000 millones de euros. La recaudación de dichas medidas no llega, ni en el mejor de los casos, a 20.000 millones (sin tener en cuenta que las previsiones de ingresos no son realistas; por ejemplo, el Impuesto a las Grandes Fortunas propuesto por Podemos prevé recaudar 11.000 millones, cuando el Impuesto de Patrimonio, similar a aquél, apenas recaudó algo menos de 3.000 millones en pleno auge económico de 2007). El Gobierno sabe que, por un lado va a subir los impuestos a todos, no solo a lo mencionado anteriormente y, por otro lado, va a tener que recortar el gasto público, quiera o no.
España terminó 2019 con un 2,8% del PIB de déficit público y un déficit estructural que sobrepasó el 3% del PIB. Los efectos del coronavirus provocarán un aumento de ambos. El déficit estructural se podría situar en el 5% del PIB, según la Comisión Europea. Quien piense que solo subiendo impuestos se soluciona todo, está equivocado.
La mejora de la eficiencia del gasto público, como aconsejan continuamente desde el Banco de España o la AIReF, entre otros, es primordial. Los recortes en ciertas partidas presupuestarias consideradas superfluas, burocracia, servicios públicos que puedan ser externalizados, ámbitos de actuación pública que deberían liberalizarse, etc., inevitable, si no queremos que nuestra vulnerabilidad económica derivada de una nefasta situación fiscal empeore.
La «sostenibilidad presupuestaria» es la capacidad de un Gobierno para mantener a medio y largo plazo su nivel de gastos e ingresos, sin disparar el nivel de deuda/PIB, es decir, que su solvencia no se vea amenazada ni incumpla ninguna de sus obligaciones o gastos comprometidos. Del mismo modo, dicha sostenibilidad, de la mano de un sector público eficiente, es el binomio que permite un crecimiento económico sostenido y sostenible, un aumento del bienestar y aquel que hace posible las reformas necesarias que favorezcan la creación de empleo.
Este ha sido un reto de España en los últimos años, en la que la deuda pública se ha disparado desde el 35% del PIB en 2007 al actual 95,5% del PIB y las previsiones de una deuda > 115% PIB para el final de este año. Confiar la sostenibilidad de las cuentas públicas tan solo en un aumento de la recaudación en una situación como la actual (cayendo el empleo, el consumo y la inversión) es de ciencia ficción. La sostenibilidad presupuestaria también pasa por un recorte del gasto público, junto a una mejora de la propia eficiencia de dicho gasto.
No podemos confiar en que poniendo más piedras en el camino evitaremos caernos más. Todo lo contrario, hay que limpiar el camino y poder aligerar la mochila que soportamos en nuestra espalda. Solo así alcanzaremos la meta.

viernes, 15 de mayo de 2020

Por qué el Gran Confinamiento va a tener un mayor impacto negativo que la Gran Recesión

Actualmente el mundo se encuentra bajo una pandemia (Covid-19) que está causando numerosos daños. A la pérdida de vidas humanas tenemos que sumarle los daños económicos que ya ha empezado a causar y que seguirá causando en las próximas semanas y meses, incluso años. La crisis sanitaria derivó en el confinamiento que supuso el estado de alarma decretado en marzo.

De esta crisis sanitaria deriva, antes o después, una crisis económica. Un shock de oferta por cierre forzado de la economía que se traslada, lógicamente, en parte a la demanda. El doble shock de oferta y de demanda provocado por la pandemia y las medidas de confinamiento, unido al hundimiento de los intercambios internacionales, ha provocado un parón de la actividad que se extiende a través de todos los continentes.

En este artículo no pretendo hacer predicciones cuantitativas de la caída de la economía española, sino dar algunas razones por las que pienso que esta crisis (el Gran Confinamiento, 2020-?) va a tener un mayor impacto en nuestro país respecto a la Gran Recesión (2008-2013), cuestión en la que coinciden todos los organismos económicos nacionales e internacionales, además de economistas de prestigio; y por qué España va a sufrir algo más que las economías de nuestro entorno, en base a su modelo productivo y la posición dominante del turismo y otras actividades más afectadas por las medidas de confinamiento y paralización de la actividad económica de las últimas semanas. 

Peor que la Gran Recesión (de dónde venimos) 

Para hacer un análisis sobre la incidencia de ambas crisis, voy a comparar la situación de la economía española en dos periodos de tiempo (las etapas de crecimiento económico previas), comparando la media de ciertas variables e indicadores económicos. El primer periodo corresponde a los años 1996-2007 (aunque esta fase de crecimiento comienza en 1994, los datos que proporciona la Contabilidad Nacional respecto a 1994 y 1995 son algo confusos) y el segundo, a los años 2014-2019. 

Lo primero que hay que señalar es que la actual fase de crecimiento ha sido menor (6 años) en comparación con la anterior (14 años), empezando a reflejar una economía más débil respecto al crecimiento de los 90 y principios de siglo. 

A su vez, esta fase de crecimiento se ha caracterizado por una desaceleración económica, es decir, un crecimiento cada vez menor, mientras que la fase de crecimiento previa a la Gran Recesión se mantuvo estable hasta que cayó a finales de 2008 y se desplomó en 2009. 

Por el mismo camino, la actual fase de crecimiento ha tenido un crecimiento medio del PIB menor (2,6%) respecto a la anterior etapa de crecimiento (3,7%). Hemos crecido menos años y con menor amplitud. A su vez, el consumo y la inversión han sido, de media, menores entre los años 2014-2019 que respecto a la etapa 1996-2007, reflejando una economía más débil: menor crecimiento, menor consumo y menor inversión. 

Desagregando entre demanda nacional y saldo exterior se obtiene una noticia medio positiva y otra negativa. La positiva tiene que ver con el saldo exterior (exportaciones e importaciones), que ha aportado más al crecimiento económico en esta última fase (0,1% frente a -0,7% que aportó en la anterior fase). Si bien es cierto que si se observa la variación de exportaciones e importaciones se refleja una caída en ambas. La mala noticia tiene que ver con la demanda nacional, ya que su aportación al crecimiento es menor respecto a la fase anterior (de aportar una media de 4,4% entre 1996 y 2007 a aportar 2,5% entre 2014 y 2019). Esto también refleja la idea de una economía más débil: menores exportaciones y, a su vez, menor demanda nacional. 

Por otro lado, se observa un mejor comportamiento de la balanza de pagos. De los pocos indicadores en los que estamos mejor en esta etapa de crecimiento. Durante la etapa 2014-2019 España ha conseguido una capacidad de financiación media del 2,6% del PIB, mientras que en la etapa 1996-2007 se produjo una necesidad de financiación media del -3,7% del PIB. Si desagregamos entre sector privado y sector público, de nuevo se observa una mala noticia y otra buena, pues el sector público ha tenido un déficit medio del -3,9% del PIB en la actual etapa, mientras que en la anterior reflejó un déficit medio de -0,9% del PIB (otro problema de la economía española es la alta propensión al déficit estructural de las AAPP). Por su parte, el sector privado ha mejorado, ya que en la actual fase de crecimiento refleja capacidad de financiación, es decir, superávit del 6,6% del PIB, mientras que en la anterior fase de crecimiento obtuvo necesidad de financiación del -3,8% del PIB. El sector privado ha saneado sus cuentas mientras el sector público ha aumentado su déficit medio, en parte por el alto déficit que causó la Gran Recesión, en parte por el poco esfuerzo para reducir el déficit estructural y el déficit total en la etapa de crecimiento posterior. 

Si se observa otro indicador macroeconómico como la deuda pública también se refleja un sector público más vulnerable y con menor capacidad de reacción y menor capacidad de políticas expansivas. La deuda pública media entre 1996 y 2007 fue un 52% del PIB, mientras que la deuda pública media entre 2014 y 2019 ha sido un 98,5% del PIB. Si bien es cierto que este aumento se produjo en la Gran Recesión, pasando del 35,8% del PIB en 2007 al 95,8% del PIB en 2013, durante los últimos años no se ha hecho ningún esfuerzo de consideración en reducir los pasivos de las AAPP. Estamos ante una tendencia creciente y brillan por su ausencia planes de reducción y sostenibilidad de la deuda pública para los próximos años. 

Otro indicador que refleja una economía menos dinámica y, por tanto, más debilitada, es la tasa de desempleo. Entre los años 1996 y 2007 la tasa media fue del 12,5% (un fiel reflejo del problema del alto paro estructural que sufre España). Entre los años 2014 y 2019, por su parte, la tasa media ascendió al 18,8%. Un mercado laboral como el español representa menores oportunidades de empleo en comparación con otros países del entorno continental y los de un nivel socioeconómico similar. 

En el terreno microeconómico, el comportamiento y las expectativas de consumidores y empresas reflejan también la alta posibilidad de una crisis sin comparación en muchas décadas, mucho peor que la Gran Recesión. La destrucción de empleo que se dio en marzo, medido en variación de afiliación a la Seguridad Social fue mayor que la destrucción de empleo de marzo de 2009 (inmersos ya en la crisis), así como el aumento del paro registrado (hemos perdido 3 años de progreso). Del mismo modo, el dato de destrucción de empresas de marzo de 2020 fue escalofriante: a finales de marzo quedaban poco más de 1,3 millones de empresas con trabajadores, el dato más bajo desde enero de 2013, cuando España todavía estaba saliendo de la crisis. En apenas un mes se perdieron los 7 años de recuperación en lo que se refiere al número de empresas activas. 

El índice PMI (Purchasing Managers Index) también refleja una idea sobre la caída de la economía española. Si bien es cierto que es un índice que no mide evidencia, sino sensaciones. El PMI lo calcula IHS Markit a través de encuestas, mediante las que se pregunta a gestores de compra si creen que las condiciones de la industria, los servicios y negocios en general han mejorado, se han mantenido constantes o se han deteriorado en comparación con el mes anterior. Una puntuación de más de 50 indica una expansión del sector en cuestión, una puntuación de menos de 50 indica un declive y una puntuación de 50 indica que no ha habido ningún cambio con respecto al mes anterior. Pues bien, el índice PMI compuesto cayó en marzo hasta los 27 puntos, mientras que en abril lo hizo hasta los 9 puntos, ambas caídas mayores que la de 2009. El PMI servicios cayó en marzo hasta los 23 puntos y en abril se desplomó hasta un nivel de 7 puntos, siendo también ambas caídas mayores que la sufrida en 2009. Por su parte, el PMI industrial ha caído en abril hasta los 30 puntos, un valor ligeramente por encima de la anterior crisis. Caídas que según IHS Markit, aseguran que el sector privado español en general está experimentando una contracción considerable y sin precedentes de la actividad económica. Sin duda, y con estos datos encima de la mesa, el índice PMI también da cierta idea de lo que puede suponer la crisis que se avecina y habrá que estar atentos a los próximos informes, que seguirán haciendo una radiografía de lo que nos espera en este terreno en nuestro país. Como explica Paul Smith (Director Económico de IHS Markit), “existe una alta probabilidad de que la severidad de la recesión en el segundo trimestre supere todo lo que hemos observado durante la fuerte recesión de 2009”. 

Así pues, y observando las dos etapas de crecimiento (1996-2007 y 2014-2019) se puede describir una economía más débil en la actualidad y un efecto del coronavirus en la economía que empieza a tener efectos adversos, mayores que en la anterior crisis. 

Una economía más débil en tanto en cuanto, de media, se ha crecido menos años, con menor amplitud y una desaceleración en los últimos años, algo que no ocurrió en la anterior etapa de crecimiento económico. También se muestra debilidad por la parte del déficit público y la deuda pública: se han desaprovechado años de crecimiento, por encima incluso del 2%, para sanear las cuentas públicas y tener un margen de actuación respecto a shocks inesperados como el coronavirus. Por su parte, la tasa de paro es una de las grandes losas de la economía española, debido al alto desempleo estructural, ya estemos en recesión o crecimiento. La Gran Recesión aumentó sobremanera dicha tasa y en los últimos años se ha hecho gran esfuerzo por reducirla, aunque con una media mayor que en la anterior fase de crecimiento económico. 

Y unos efectos adversos que ya se van mostrando desde el comienzo del estado de alarma, con el cierre forzado de la economía: destrucción de empleo (sobre todo temporal, el gran handicap del mercado de trabajo español), aumento del paro registrado, destrucción de empresas activas, pésimas expectativas del sector privado y caídas generalizadas de la confianza de consumidores y empresas. 

El Gobierno presentó la semana pasada el Programa de Estabilidad, un documento en el que se plasman las previsiones macroeconómicas del Gobierno, en este caso para el bienio 2020-2021, dos años marcados por la pandemia del coronavirus. A tenor de lo que prevé el Gobierno, el PIB caerá un 9,2% este año para rebotar hasta un crecimiento positivo del 6,8% en 2021. Una “V asimétrica”, en palabras de la ministra Nadia Calviño. De ello dependerá el comportamiento del Gobierno y sus reformas durante este año. El desplome va a ser histórico, pero la recuperación no está garantizada. Si se hacen las cosas mal podremos tardar mucho más de lo esperado en volver a los niveles previos a la pandemia, pues nuestro punto de partida ya era débil en condiciones normales. De hecho, el dato del PIB relativo al primer trimestre ha sido peor de lo esperado (-5,2% intertrimestral) y hace prever un dato peor en el segundo trimestre (ya que en el primer trimestre el efecto coronavirus solo ha afectado a dos semanas). Por su parte, y en este mismo terreno, la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) ha hecho un análisis sobre el Programa de Estabilidad y advierte de que el Gobierno ha podido pecar de cierto optimismo. 

Por su parte, según el propio Programa de Estabilidad, el déficit rebasaría el 10% del PIB y la deuda pública alcanzaría el 115% del PIB, mientras que la tasa de paro ascendería hasta el 19%, todo ello a finales de este año. Son cifras que reflejan el desplome de la economía que vamos a observar en los próximos meses, como he desarrollado en líneas anteriores. 

VAB en sectores más afectados y turismo dominante: el coronavirus afectará más a la economía española 

Las últimas décadas se han caracterizado por una “terciarización" de las economías desarrolladas, esto es, un aumento del peso del sector servicios (sector terciario) en el PIB de dichas economías. España no ha sido una excepción y en las últimas décadas ha pasado de una economía agraria a una economía de servicios. 

Los servicios se dividen en servicios de mercado y servicios de no mercado. Dentro de los servicios de mercado, aquellos que mayor peso tienen en el sector servicios, los que tienen un mayor valor añadido bruto (VAB) en España, son los siguientes: comercio, transporte y hostelería (aportan un tercio del VAB del sector servicios, el 32%). Estas actividades son de las que más están sufriendo con el cierre forzado de la economía. En comparación con las economías líderes de la UE, España también lidera el VAB de dichas actividades. Le sigue Alemania con algo menos del 25% del VAB del sector servicios. A tenor de esto, según un informe de la OCDE España sería el segundo país de la UE más afectado por la paralización de la actividad en estos sectores (medido en el % de empleo), solo por detrás de Grecia. 

Por otro lado, el liderazgo en el turismo también hace prever que el Gran Confinamiento vaya a afectar más a la economía española. Recordemos que el turismo es el primer sector de actividad en España: supone, directa e indirectamente, el 13% del PIB y casi el 14% del empleo total; liderando esta clasificación (aportación del turismo) respecto a los países con mayor peso en la UE y en la OCDE. Y solo hace falta echar un vistazo a las noticias económicas para ver reflejado la situación que está viviendo el sector turístico con el coronavirus: viajes prohibidos salvo por causas justificadas, hoteles al mínimo de ocupación, un verano que se acerca entre rumores de anomalía histórica, con paralización de la actividad (o gran parte de ella) y sin recepción de turismo exterior (lo que causaría un impacto muy grande, pues el 47% de los ingresos por turismo en España proviene de este tipo de turismo). Se habla incluso de un regreso del “turismo de los 70” para este verano: familiar, en coche y de proximidad. 

Éstas son, pues, dos de las razones que encuentro por las que el coronavirus y el Gran Confinamiento afectará en mayor medida a España respecto a otras economías del euro y economías desarrolladas: mayor VAB en las actividades más castigadas por la pandemia (sobre todo comercio, transporte y hostelería) y un turismo muy dominante.

* Publicado en Libertad Digital

sábado, 9 de mayo de 2020

Déficit público: propaganda vs realidad

El pasado 30 de abril el Gobierno de España remitió a la Comisión Europea el Programa de Estabilidad 2020-21, en el cual se presentan las principales cifras macroeconómicas en el contexto de la crisis sanitaria provocada por el Covid-19. Al margen de las proyecciones de la economía española que, según la AIReF, pecan de cierto optimismo y pueden haberse quedado cortas en todos los sentidos, en este artículo quisiera comentar una afirmación que me provocó cierta sorpresa, a la vez que desprendía algo de cinismo por parte del Gobierno.
En la nota de prensa adscrita a la presentación del Programa de Estabilidad, en la página 4 se dice lo siguiente, en relación con la consolidación fiscal: “El compromiso del Gobierno con la sostenibilidad de las cuentas públicas queda de manifiesto con los datos de consolidación fiscal previos a la pandemia del COVID-19. En concreto, España cerró 2019 con un déficit del 2,8%, lo que implica cumplir por segundo año consecutivo con el Pacto de Estabilidad de la UE después de que en 2018 abandonar el Procedimiento de Déficit Excesivo por primera vez desde el inicio de la crisis de 2008”. Hasta aquí la propaganda del Gobierno.
La realidad que desmonta ese “compromiso” es muy fácil de observar. Vayamos por partes.
En primer lugar, el objetivo de déficit público para el año 2019 estaba situado en el 1,3% del PIB en el último Programa de Estabilidad presentado por el Gobierno de Rajoy. Cuando Sánchez asumió la presidencia, dijo que era un objetivo muy difícil de conseguir y que había que aumentarlo para lograr un objetivo “más realista”. Así pues, se aumentó en un primer momento hasta el 1,8% del PIB para, más tarde, volver a aumentarlo hasta el 2% del PIBobjetivo final del déficit público de España para el año 2019.
En segundo lugar, el déficit público ascendía al 2,5% del PIB en 2018. Un año más tarde, el propio Gobierno decía que el déficit había aumentado al 2,6% del PIB. Un aumento del 0,1% del PIB. Unos días más tarde de ese anuncio, Eurostat decía que, en realidad, el déficit público de España en 2019 había sido el 2,8% del PIB. Un aumento final del 0,3% del PIB.
¿Dónde está ese “compromiso con la sostenibilidad de las cuentas públicas” que anuncia el Gobierno? Cumplir con el Procedimiento de Déficit Excesivo está muy bien (PDE, que impone un déficit máximo del 3% del PIB, salvo en casos extraordinarios. Hay que recordar que en 2020 no se tendrá en cuenta dicho límite por la crisis sanitaria y económica provocada por el coronavirus), pero eso no demuestra compromiso alguno con la sostenibilidad de las cuentas públicas. De hecho, y como ha ocurrido en 2019, puedes cumplir con el PDE y, a su vez, aumentar el déficit público.
Como digo, la propaganda del Gobierno va en una dirección y la realidad va en otra muy diferente. No hay ningún compromiso por reducir el déficit público. No se ha cumplido con el objetivo del 2% del PIB y, además, ha sido el primer aumento del déficit público desde 2012. Por otra parte, también ha aumentado en 2019 el déficit primario (sin tener en cuenta los intereses de la deuda) y el déficit estructural (sin tener en cuenta las medidas cíclicas).
Compromiso ninguno.