lunes, 29 de agosto de 2016

Sobre la deuda pública

Hace unos días conocíamos un nuevo récord de la deuda pública en España, que ya pasó la barrera del 100% del PIB en el primer cuatrimestre de 2016. La deuda pública española se sitúa en estos momentos en el 100,9% del PIB (1,107 billones de euros).
El Estado debe la misma cantidad de dinero que genera. La senda de unas políticas de gasto irresponsables que nos han traído hasta aquí y que siempre se pueden agravar más si seguimos por el mismo camino. Algunos hablan de «austeridad», pero la realidad es bien diferente. España se ha acostumbrado a gastar más de lo ingresado, negando cualquier austeridad, por pequeña que pudiera ser.
Este gran aumento de la deuda pública se viene dando desde el comienzo de la crisis. Así, en 2007 se situaba en el 35% del PIB. En casi 9 años la deuda pública española ha aumentado en más de 650.000 millones de euros. Desde algunos sectores, que casualmente coincide con aquellos que no dejan de repetir que la austeridad ha mermado el Estado del Bienestar y que hay que poner fin a los recortes, no se ha dejado de repetir que el aumento de la deuda pública es consecuencia del rescate a las cajas de ahorros. Nada más lejos de la realidad.
Dicho rescate costó alrededor de 60.000 millones de euros, según el Tribunal de Cuentas y el Banco de España. La deuda ha aumentado alrededor de 11 veces más que la cuantía del rescate, por lo que no se puede afirmar que el aumento de la deuda pública haya sido consecuencia exclusivamente del rescate a las cajas de ahorros. Rescate que, por otro lado, no tiene nada que ver con el liberalismo y la austeridad, otro de los mitos más escuchados en estos años.
La causa del aumento de la deuda pública se llama déficit público, como consecuencia de un gasto público desbocado en los años de la burbuja y posteriores. El gasto público creció sobremanera hasta 2009, momento en el cual se produjeron una serie de pequeños recortes (pequeños en comparación con el aumento del gasto previo). Mientras tanto, los ingresos seguían por la misma línea, entre el 35 y el 38 por ciento del PIB, incurriendo año tras año en un déficit público, el cual tampoco tiene un horizonte claro, ni mucho menos de llegar a una situación de superávit. Y claro, el déficit se paga. De ahí el aumento de la deuda pública. Nada de austeridad ni rescate a las cajas de ahorros, que se fueron al garete por su politización, no se olviden.

* Publicado en La Razón

domingo, 21 de agosto de 2016

El trilema del PSOE

Después de varios días sin conocer el camino que iría tomando la investidura, ya podemos ir conociendo algunos datos más certeros y hacernos una ligera idea de por dónde nos andamos en estos momentos.
Finalmente Mariano Rajoy ha aceptado las 6 condiciones de Ciudadanos para negociar la investidura, 7 si contamos con que había que fijar sí o sí una fecha de investidura, que pusiera en funcionamiento la contrarreloj hacia el camino de un gobierno o terceras elecciones. Dicho debate de investidura con Rajoy como candidato a la presidencia del Gobierno comenzará el 30 de agosto, como ha informado la presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor.
Y en esto, el camino del PSOE parece un poco dividido en cuanto a las opciones que tiene en sus manos sobre el futuro gubernamental o electoral.
Opción 1: abstención
El PSOE podría abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy, que sería investido con los votos a favor del PP y la abstención de PSOE y C’s (que podría virar hacia el ‘sí’, opción completamente rechazada en estos momentos por Rivera y los suyos).
En esta situación, el PSOE reconocería los resultados electorales y la brecha aumentada por el PP respecto a diciembre. Sería la opción sensata del desbloqueo político.
Opción 2: terceras elecciones
La segunda opción que tiene entre manos el Partido Socialista es mantener la posición actual, el ‘no’ a Rajoy y al PP en general. Las cuentas así no salen, Rajoy no sería investido y el bloqueo seguiría presente. Por este camino estaríamos abocados a las terceras elecciones generales en un año, que se celebrarían el día de Navidad.
Opción 3: gobierno con Unidos Podemos
Hay una tercera opción que podrían manejar Pedro Sánchez y compañía en torno a la investidura. La posibilidad de intentar un gobierno de la mano de Unidos Podemos (opción que gusta y mucho a Pablo Iglesias) junto al apoyo en la investidura de partidos independentistas, como ERC y la antigua Convergència.
En un artículo anterior recomendé al PSOE que tomara la opción 1, es la menos mala para ellos. He oído a muchos decir que esta opción no puede ser posible, ya que el centro izquierda no puede permitir la investidura del centro derecha (algo que chirría demasiado en mis oídos). En una situación excepcional como la actual, con dos elecciones generales en 6 meses y la amenaza de las terceras, abstenerse sería desbloquear la situación y reconocer que el PP ha ganado las elecciones de junio con un margen mayor que en diciembre. Abstenerse no tiene nada que ver con apoyar al PP, ni tampoco con perder la condición de primer partido de la oposición, como también he escuchado estas semanas. El PSOE se debería abstener en condición de desbloqueo y lectura de las urnas, al mismo tiempo que debería encabezar una oposición firme al Gobierno del PP. No son condiciones antagónicas.
La opción 2, por su parte, sería todo lo contrario a la 1. La imagen del PSOE sería la de un partido que no acepta los resultados electorales, sectario (enrocado en el “no porque no”), que juega con el voto de los españoles y que les dice a éstos: “te has equivocado, vayamos a las urnas de nuevo”.
Unas terceras elecciones serían toda una incógnita para el PSOE en cuanto a resultados, pero está claro que sería una nueva oportunidad de «sorpasso» para Unidos Podemos y, a su vez, otra ocasión de que el PP pudiera abrir más brecha entre los escaños de uno y otro partido. Y todos sabemos quién sería visto como culpable de unas terceras elecciones, por lo que a priori, sería perjudicial para los socialistas, unido al hastío electoral y al menor interés por la política del electorado del PSOE.
Por su parte, la tercera opción sería una tumba política para el PSOE. Pactar con independentistas, que quieren romper con España, sería mal visto por la mayoría del electorado del PSOE. Además, el PSOE no podría dar respuesta a las demandas de ERC y Convergència (un referéndum de independencia), ya que necesitaría del PP para llevar adelante una reforma de la Constitución. Y en eso están los partidos catalanes: hoja de ruta de separación de España; no hay más.
Este es el trilema que tiene entre manos el PSOE. De ellos depende el futuro en estos meses. Es obvio que son tres opciones que pueden ser vistas de manera negativa por muchos socialistas, pero creo que la sensatez y reconocer lo que la gente ha votado debe estar por encima de las batallas parlamentarias – ideológicas.
Una vez comience la legislatura con un gobierno formado, que comience también esa batalla y la oposición al PP. Pero el paso previo debe ser la sensatez y no el sectarismo, y en estos momentos el PSOE sigue el camino del “no es no porque no” antes de reconocer que perdieron y que solo el PP aumentó votos y escaños respecto a diciembre. Si fuerzan terceras elecciones generales, se produce el «sorpasso» y/o el PP abre más brecha y se acerca a la mayoría absoluta, que no se quejen después.

viernes, 12 de agosto de 2016

Los españoles quieren más impuestos

Este lunes salía a la luz el último barómetro del CIS. En él se conocían una serie de datos sobre la opinión general de los españoles sobre impuestos, además de las típicas preguntas sobre intención directa de voto y todo lo que tiene que ver con el tema electoral.
La mayoría de los españoles piensa que se destinan pocos recursos económicos a políticas como sanidad, educación, desempleo, pensiones, vivienda, I+D, cooperación al desarrollo, cultura, dependencia y medio ambiente. Es por ello que en una escala del 0 al 10, en la que 0 significa “mejorar servicios públicos aunque haya que pagar más impuestos” y 10 “pagar menos impuestos aunque haya que reducir servicios públicos” se producen los siguientes resultados: en la parte del 0 al 5 se encontraría, aproximadamente, un 70% de la población. Es decir, 7 de cada 10 españoles prefiere subidas de impuestos si eso repercute en mejores servicios públicos y prestaciones. Todo sea dicho, no hay profundas diferencias entre los electorados de los diferentes partidos políticos. El electorado del partido más a la derecha, el PP, se sitúa en el 4.21 mientras que el electorado del partido más a la izquierda, Podemos, se situaría en el 3.56 (todos en el margen de subir impuestos).
Por otro lado, hasta un 50% prefiere que los impuestos sean recaudados de forma directa, es decir, sobre renta, patrimonio, etc. que indirectamente, como el IVA (17%). Esto nos lleva a conectar con la pregunta sobre si los impuestos se pagan progresivamente (que paguen más los que más ganen), en los que la inmensa mayoría, hasta un 86.6% de los españoles, cree que no hay progresividad a la hora de pagar impuestos.
A la luz de los datos del CIS, está claro que se ha impuesto en la sociedad española la idea de que los impuestos son buenos y de que cuantos más paguemos, más prestaciones públicas tendremos. Por otro lado, algo que no me sorprende en absoluto, la inmensa mayoría cae en la «falacia del proveedor único», ya que parece que solo ven con buenos ojos que sean las Administraciones Públicas las que se encarguen de todo tipo de servicios y prestaciones.
Impera en la sociedad española la creencia de que los impuestos son necesarios para el correcto desarrollo de la vida diaria de las personas y que deberían pagar más los que más tienen, cayendo en la trampa de políticos demagogos y populistas, que hacen creer que hay ricos porque hay pobres, es decir, que unos ganan porque otros pierden (la falacia de la economía como juego de suma cero). Sin duda, es una prueba más de la infantilización de la sociedad, como un niño pequeño que deja toda su responsabilidad en manos de sus padres.
Aunque no deberíamos olvidar que los impuestos se pagan de manera coactiva al Estado, que utiliza la violencia en caso de no pagarlosY que hay multitud de servicios que los presta mejor y más barato el sector privado (sobre todo en un mercado libre), que es el que está en contacto con los consumidores; y no los políticos y burócratas desde sus despachos y oficinas.

(*) Publicado en La Razón

miércoles, 10 de agosto de 2016

¿Eso es el capitalismo?

El otro día leí un artículo de Joaquín Sánchez sobre el capitalismo. La idea de fondo está clara: culpar al capitalismo de todos los males que padecemos en España y en el mundo entero, al mismo estilo de los que demonizan al «neoliberalismo» como peyorativo de liberalismo, como si los Estados no fueran cada vez más grandes y no hubiera más regulaciones e impuestos.

El problema es que el autor del artículo confunde constantemente qué es el capitalismo, no sé si aposta o por desconocimiento. A continuación iré citando por partes y tratando de explicar lo que en realidad es el capitalismo, que no es malo y que los países que lo abrazan con más ímpetu prosperan más, mucho más.

“Que se hayan recapitalizado los bancos con el dinero público, cantidades ingentes, eso es el capitalismo”. Para empezar no se han recapitalizado bancos, sino cajas de ahorros, contraladas por políticos, es decir, poderes públicos. Por otro lado, capitalismo no es privatizar beneficios y socializar pérdidas. El capitalismo se caracteriza por privatizar tanto beneficios como pérdidas. Aquellas empresas que sean rescatadas con dinero público responde simplemente a un compadreo entre Estados y empresarios (empresaurios, como los llama la politóloga Gloria Álvarez), para evitar tener que responder ante los consumidores y que no haya competencia, mediante impuestos arancelarios, por ejemplo. El capitalismo se caracteriza por la libre competencia, sin favores políticos, respondiendo simple y llanamente a la oferta y a la demanda y servir satisfactoriamente a los consumidores.

“Que se haya empobrecido a la gente a la pobreza, a la miseria, al hambre para satisfacer las deudas de los grandes inversores y financieros, como si fuéramos los culpables, eso es el capitalismo”. Tres cuartas partes de lo mismo. Si hay que satisfacer las deudas de inversores y financieros desde los poderes públicos, no es capitalismo, sino estatismo y compadreo entre Estado y empresaurios.

El capitalismo no empobrece a la gente ni la condena a la miseria ni al hambre, eso lo hace el socialismo, algo que el autor no menciona ni tan siquiera una vez. Hay hambre y pobreza en Cuba y Venezuela, entre otros países, no en Suiza o Canadá, por ejemplo.

“Promover guerras, fomentando las ventas de armas, para controlar los recursos naturales y controlar zonas geoestratégicas, eso es el capitalismo. La guerra y el terrorismo son las dos caras de la misma moneda, eso es el capitalismo”. Hace bien el autor del artículo, por lo que parece, en leer a Lenin y su libro Imperialismo: la fase superior del capitalismo, pero como el líder bolchevique, se equivoca de pleno. Las guerras no las hacen las empresas privadas. Las hacen los Estados, como bien analiza el politólogo Charles Tilly: “la guerra hizo al Estado y el Estado hizo la guerra”. Las guerras no las hace el capitalismo. El terrorismo tampoco es capitalismo. Laissez-faire se caracteriza por la ausencia de coacción y violencia. Por tanto, la violencia no la hace el capitalismo, sino aquellos grupos sociales que quieren imponer algo a los demás, más cercanos a ideologías idolatradoras del Estado, que nada tienen que ver con liberalismo ni capitalismo.

El trabajo precario, eventual, sin condiciones decentes ni dignas, con un salario de miseria, sin cotizar prácticamente, eso es el capitalismo”. Vuelve a errar el autor, relacionando capitalismo con trabajo precario y salarios bajos. Las economías más libres tienen unos ingresos per cápita más altos. Las economías más libres tienen tasas de desempleo más bajas, casi con pleno empleo todas ellas. Lo que condena a la gente al paro y a salarios bajos son los impuestos, las cotizaciones a la Seguridad Social y el salario mínimo (que condena a jóvenes y menos preparados al paro, como barrera de entrada que es); es decir, regular más el mercado laboral. Justo lo que quiere hacer el autor del artículo, ¡qué cosas!

“La corrupción política (…) eso es el capitalismo”. La política no tiene nada que ver con el capitalismo. De hecho, los teóricos pro-capitalismo han remarcado una y otra vez que desconfían de ella, de los intereses ocultos que hay en ella. La corrupción tiene más que ver con regímenes anticapitalistas, como muestra año a año Transparency International en su clasificación de la corrupción. La corrupción va de la mano del poder como coacción, no del poder como logro de objetivos personales (diferencia que remarcó muy bien el austriaco Hayek: “el poder en sí, es decir, la capacidad de obtener lo que uno quiera, no es malo; lo malo es el poder de usar la coacción, el forzar a otros hombres a servir la voluntad propia mediante la amenaza de hacerles daño”). Y esa coacción se da en mayor cuantía en países que abrazan ideas antiliberales, no capitalistas. Aquellos que quieren utilizar la coacción del Estado para fines personales. ¿Qué coacción puede utilizar una empresa privada en el libre mercado?

“Participar en los procesos electorales como una tapadera de los intereses personales y del propio afán de poder, eso es el capitalismo”. Participar en los procesos electorales no es malo. Lo malo es hacerlo con vistas de enriquecerse personalmente y hacer más coactivos los poderes del Estado que puedas tener a tu alcance. Y eso tampoco es capitalismo. Aquellos que quieren manejar el Estado a sus anchas mediante la política no son capitalistas. Si lo fueran, producirían y no saquearían. Utilizarían el intercambio voluntario y no la fuerza y la coacción.

“Convertir todo en un mero negocio, privatizando los servicios públicos y esenciales como son la sanidad y la educación, eso es el capitalismo”. Mientras, el autor del artículo quiere convertir todo en privilegios, que pagan unos y disfrutan otros. Nuevamente, se demoniza un significante como es “privatizar”, como si fuera malo per se, cayendo continuamente en la “falacia del proveedor único”, a la que se refiere el economista Carlos Rodríguez Braun como la “falacia del Estado que está”, que consiste en pensar que algunas actividades solo pueden ser provistas por el Estado; pues eso, una falacia.

Además, los capitalistas queremos privatizar y liberalizar sanidad, educación y demás servicios públicos, algo que siempre “olvidan” aquellos que quieren hacer del Estado un monstruo aún más grande. Es normal, ellos quieren controlarlo todo y no dejar libertad de elección ni de decisión a los individuos. Nos quieren infantiles (el papá siempre decide por su hijo pequeño) y es importante saberlo.

“Destruir el medio ambiente por ganancias rápidas, eso es el capitalismo”. Como en todo el artículo, Joaquín Sánchez relaciona capitalismo con cosas que no tienen que ver con él. ¿Sabrá el autor del artículo que aquellos países con economías más libres, que abrazan en mayor medida el capitalismo, son los líderes en el Índice de Desempeño Ambiental? ¿Quiénes cierran esa clasificación? Efectivamente, los modelos económicos que más poder dan al Estado, más anticapitalistas. ¡Qué casualidad!

En definitiva, el artículo de Joaquín Sánchez no tiene ninguna base teórica, al confundir continuamente capitalismo con mercantilismo y compadreo de Estados y empresas. Y tampoco tiene evidencia empírica, ya que es demostrable que los países capitalistas, o si quieren, menos anticapitalistas, son aquellos que más progresan, con salarios más altos, tasa de desempleo más baja, sin salario mínimo en la mayoría de ellos, con poca corrupción y encabezando también la calidad del medio ambiente.

Es un artículo que cuesta leer ante tanta falacia. Pero bueno, la propaganda y la falta de análisis crítico son características del anticapitalismo, por lo que en el fondo no me sorprende que haya gente que demonice de esta forma al capitalismo sin ningún tipo de pudor.

Yo lo tengo claro, y espero haberlo expresado de la misma manera en este artículo de réplica. A lo que se refiere Joaquín Sánchez no es el capitalismo. Eso no lo es.

domingo, 7 de agosto de 2016

Gobierno del PP en minoría y oposición firme del PSOE

En estos meses de elecciones, negociaciones para formar gobierno, bloqueos, amenazas y tantos otros acontecimientos políticos, una cosa tengo clara: el Partido Popular debe gobernar en minoría.

Así lo decidieron los españoles que votaron el 26 de junio. La comparación con 2011 que se hacía después de las elecciones de diciembre ya no tiene lugar. Ahora la comparación debe ser entre diciembre y junio y una cosa está clara: solo el PP ha aumentado votos y escaños (solo ERC le acompaña en aumento de votos), mientras el resto de partidos ha perdido votos quedando igual en escaños o ha perdido votos y escaños, como demuestra la siguiente tabla.

Tabla 1. Diferencia votos y escaños 20D – 26J

Partido
20D
26J
Diferencia

Votos
Escaños
Votos
Escaños
Votos
Escaños
PP
7.236.965
123
7.906.185
137
+669.220
+14
PSOE
5.545.315
90
5.424.709
85
-120.606
-5
U. Podemos*
6.139.494
71
5.049.734
71
-1.089.760
0
C’s
3.514.528
40
3.123.769
32
-390.759
-8
ERC
601.782
9
629.294
9
+27.512
0
Convergència**
567.253
8
481.839
8
-85.414
0
PNV
302.316
6
286.215
5
-16.101
-1
EH-Bildu
219.125
2
184.092
2
-35.033
0
CC
81.917
1
78.080
1
-3.837
0

* Podemos e IU iban por separado en las elecciones del 20D

** Convergència se denominaba “Democracia y Libertad” en las elecciones del 20D

Apoyar la investidura mediante la abstención debe ser la responsabilidad del PSOE. Pese a lo que muchos piensan y dicen, abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy no es lo mismo que entrar en su Gobierno, ni mucho menos dar “carta blanca” a su proyecto gubernamental. El PSOE debe abstenerse y encabezar una oposición firme al Ejecutivo popular, luchando a su vez contra Podemos por la hegemonía de la izquierda que logró salvar el 26-J y fue lo único positivo que pueden sacar los socialistas de dichas elecciones.

Por su parte, C’s hace bien en abstenerse, y como el PSOE, debe ir a la oposición. Entrar en un hipotético gobierno del PP no tendría explicación lógica desde el partido liderado por Albert Rivera, después de repetir una y otra vez que no entrarían en un gobierno de Rajoy. ¿Y si el candidato fuera otro? Algo que no creo, pero que de producirse tampoco sería bueno para C’s entrar en el gobierno, dada su indefinición: un día con el PSOE y otro con el PP. Por otra parte, sería dar la razón a Pablo Iglesias en cuanto a la “derecha conservadora” de nuestro país; derecha con la que no le importaría pactar en un gobierno de izquierda con el PNV y Convergència, pero así es Pablo, un día dice blanco y al otro negro.

El PP debe gobernar y el PSOE encabezar la oposición. Así lo expresaron las urnas. En un país serio, viendo la diferencia entre las elecciones de diciembre y junio, ya habría gobierno del partido vencedor y oposición encabezada por el segundo partido. Pero esto es España y no sería de extrañar terceras elecciones y que después siguieran con el bloqueo, mientras el PP se acerca a la mayoría absoluta. En ese caso, ya saben, todos los demás partidos dirían después que no se puede gobernar con mayoría absoluta, que hay que tener en cuenta al resto del Congreso, que hay que saber leer las urnas, etc. Leer las urnas, precisamente lo que no está haciendo el PSOE. Que espabilen.

viernes, 5 de agosto de 2016

El socialismo del siglo XXI y la destrucción de la democracia

Una de las principales diferencias entre el «socialismo del siglo XXI» y el «socialismo real», propio de la experiencia soviética, sería la democracia como mecanismo de acceso al poder. Pero no una democracia en el sentido del politólogo Robert Dahl, el imperio de la Ley y la economía de mercado, entre otros, como instrumentos democráticos, además de elecciones libres y pluralismo político, sino más bien la noción marxista de “no dominación”: igualdad material y emancipación de la clase trabajadora, el proletariado, sobre el “orden burgués”.
La legitimación del «socialismo del siglo XXI», por tanto, se encuentra en las urnas. Si el «pueblo» les elige, se creen con legitimidad para hacer y deshacer, aunque sea para eliminar libertades civiles, políticas y económicas, pues actúan en nombre de dicho «pueblo» y todo aquel que se oponga será el enemigo.
Un nuevo caso de esto lo hemos encontrado hace unos días en Nicaragua, donde el Consejo Supremo Electoral otorgó al Frente de Liberación Nacional Sandinista (FLNS) la condición de partido único en el Parlamento, al expulsar y despojar de su condición parlamentaria a los diputados del partido opositor, destruyendo la democracia, que no es solo votar cada cierto periodo de tiempo, sino también tener varias opciones políticas entre las que elegir y respetar el pluralismo político.
Los diferentes países que han abrazado el «socialismo del siglo XXI» han padecido, más o menos, las mismas ínfulas autoritarias. El presidente electo toma el poder y se salta la Constitución las veces que hagan falta hasta que la reforma para ir tomando un poder único, eliminando la división de poderes y eliminando de facto a la oposición, amparados en una condición falsa de que son “democráticos” porque han “vencido” en las urnas.
Modifican la política a su antojo, destruyendo la democracia, y engullen la economía mediante el intervencionismo y el rechazo a todo lo que tenga que ver con libre mercado y capitalismo, englobándolo en el enemigo número 1 del «socialismo del siglo XXI»: el «neoliberalismo», como se expresó en el Foro de Sao Paulo y han recordado los diferentes líderes populistas latinoamericanos a lo largo de los últimos años.
Nicaragua ocupa el puesto 95 (de 167) en el índice que realiza The Economist sobre democracia; y según Freedom House estamos ante un país “parcialmente libre”, que se resiente más en todo lo relacionado con la libertad política y el Estado de Derecho, inexistente prácticamente. Esta noticia de la purga a la oposición va encaminada, sin ningún tipo de dudas, en ahondar dichos problemas.

(*) Publicado en La Razón

miércoles, 3 de agosto de 2016

La abstención e IU, claves en el resultado electoral de Unidos Podemos

El principal objetivo de Unidos Podemos durante estos meses era adelantar al PSOE y convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda española, mediante una unión entre Podemos e Izquierda Unida, que gustaba a muchos (la corriente más polarizada hacia la izquierda) pero disgustaba a otros tantos (los defensores del discurso transversal, como Íñigo Errejón). Con ese objetivo encaraba el 26-J dicha coalición de extrema izquierda.
Si bien es cierto que casi todas las encuestas pre-electorales daban por hecho el «sorpasso», incluidas las propias encuestas a pie de urna en los colegios electorales, este “adelantamiento por la izquierda” no se terminó de producir y el PSOE conservó la segunda posición electoral consiguiendo sobre medio millón de votos más que Unidos Podemos.
¿Por qué no se produjo el «sorpasso»? Se puede explicar algo más fácilmente teniendo en cuenta uno de los últimos barómetros de Metroscopia, en el que analiza la fidelidad y fuga de votos del 20-D al 26-J. Básicamente, las claves para explicar el fracaso de Unidos Podemos en su objetivo electoral principal, se encontrarían en dos puntos: la abstención y uno de los partidos de la coalición, IU.
Un alto porcentaje (15%) de votantes de Podemos e IU de diciembre, decidieron quedarse en casa en junio, solo por detrás de los votantes de C’s (16%). Sin duda es una abstención alta. Por esta vía Unidos Podemos perdió casi 800.000 votos de Podemos y 140.000 de IU.


Por otro lado, el papel de IU en la coalición fue bastante más flojo de lo esperado. Tan solo el 60% de los que votaron a Unidad Popular el 20-D metió la papeleta de Unidos Podemos en junio. Es el porcentaje más bajo, es decir, fue el partido con menor fidelidad de voto. ¿Adónde fueron los votos restantes?
Un 19% al PSOE (casi 180.000 votos). Sin duda es un porcentaje bastante alto, siendo superado solamente por el 20% de votantes de C’s que votaron al PP en junio.
Un 15% a la abstención, como he comentado en el punto anterior. El resto, un 6%, entre C’s, PP y otros partidos minoritarios.




Y es que el electorado de IU ha sido el más reticente hacia el otro partido de la coalición, como han indicado varios barómetros pre-electorales, como el del CIS, según el cual los votantes de IU estaban menos dispuestos a votar a Podemos que viceversa. En la pregunta sobre la disposición a votar a otro partido, según el recuerdo de voto del 20-D, quedaba así la distribución de la disposición de votar a Podemos e IU por el electorado del partido contrario, donde 0 significa “con toda seguridad, no lo votaría nunca” y 10 significa “con toda seguridad, lo votaría siempre”. Como se puede observar, el electorado de IU tenía más clara la idea de no votar a Podemos.



Por otro lado, los votos que pasaron de IU al PSOE no deberían pillarnos de sorpresa, dentro de lo que cabe. Según el barómetro pre-electoral del CIS citado antes, hasta un 22.3% de indecisos que habían votado a IU-UP en diciembre, dudaban ahora entre repetir el voto o cambiar y votar al PSOE. Era el porcentaje de indecisión dentro de los votantes de IU más alto, por encima incluso de la duda Podemos/IU (antes de eliminar este efecto por la coalición).



Está claro que en política no todo lo que vaya junto debe tener el efecto de suma, como ha demostrado la coalición de Unidos Podemos en las elecciones generales del 26-J. Por separado habían sumado en diciembre algo más de 6 millones de votos, mientras que juntos solo superaron por poco los 5 millones.
Como se ha podido observar, el mayor número de votantes que decidió no votar a Unidos Podemos se quedó en casa el día de las elecciones. El otro grueso de votantes se fue precisamente al partido contra el que se decidía la segunda posición, el PSOE.
El partido de Pedro Sánchez mantuvo la segunda posición electoral gracias a que el saldo entre votos perdidos y ganados respecto a Unidos Podemos fue positivo para los socialistas, pues solo un 5% de votantes del PSOE el 20-D decidió votar a Unidos Podemos en junio. Es decir, perdió casi 280.000 votos dirección Unidos Podemos, pero consiguió 311.000 votos de Podemos (6%) y 176.000 de IU (19%).
Unidos Podemos fue sobreestimado por todas las encuestas. De eso no cabe ninguna duda. Pero el resultado fue bien diferente. Sin «sorpasso», perdiendo algo más de 1 millón de votos, la mayoría hacia la abstención y otra buena parte hacia el PSOE. El fracaso electoral de Unidos Podemos, como se ha visto, tiene sus claves en la abstención y el papel de IU, que restó en vez de sumar.