sábado, 24 de diciembre de 2016

No tengamos miedo a las máquinas

Es habitual encontrar artículos, ya sean periodísticos o académicos, que nadan a favor de la corriente ludita. El ludismo fue un movimiento que nació en Inglaterra a principios del siglo XIX (1ª Revolución Industrial), cuyo objetivo era impedir la sustitución de los mecanismos de trabajo habituales por máquinas. Tuvo su principal foco en la industria textil, donde los telares tradicionales fueron sustituidos por moderna maquinaria. Hoy en día muchos siguen empeñados en el rechazo a las máquinas, según dicen, porque favorecen el desempleo y los salarios bajos.
La creencia de que hay que conseguir pleno empleo sin poner atención a otros factores como la innovación, la productividad y el valor añadido es una falacia muy extendida en nuestros días. Si así fuera, pongámonos todos a remover arena con cucharas, removamos el agua con vasos, seguro que habrá trabajo para todo el mundo. Keynesianismo y todos felices. Pues no.
La tecnología, el uso de máquinas y la expansión fabril han permitido mayor innovación, mayor productividad y, por supuesto, mayor valor añadido que nunca antes. Y eso se ha traducido en mayores salarios. Como bien expuso recientemente el economista Juan Manuel López Zafra en un artículo, “la renta per cápita por empleado, valorada en moneda constante de 1990, ha pasado de los 4.700 dólares en 1870 a los más de 43.000 en 1998 en los países del centro y del norte de Europa. En España, desde 1913 y hasta 1988, se ha pasado de 6.000 dólares a casi 42.000”.
Las máquinas son nuestras aliadas y no nuestras adversarias. Son muchos los que dicen que las máquinas y el proceso tecnológico representan el anti-progreso, pero en realidad es el ludismo y el rechazo irracional a aquellas las que representan el anti-progreso. Si por los luditas fuera, el trabajo del siglo XXI seguiría los patrones preindustralización.
El mercado laboral no es estático. Los trabajos de hoy no son los de hace dos siglos. Muchos de los trabajos dentro de 50 años serán completamente diferentes. Muchos temen a las máquinas y al proceso tecnológico, pero la verdad es que no se ha cumplido lo que los luditas decían en el siglo XIX. Ni los salarios son más bajos ni hay más desempleo. Lo explica Henry Hazlitt en un capítulo de su magnífico libro «La economía en una lección». Las máquinas incrementan la producción y elevan el nivel de vida. Según Hazlitt, eso se lleva a cabo en alguna de estas dos formas: abaratando los productos al consumidor o aumentando los salarios (como consecuencia del aumento de la productividad). Es decir, aumenta el volumen de bienes y servicios asequibles a un mismo salario o aumenta el salario, pudiendo ocurrir ambas cosas, “pero en cualquier caso, máquinas, invenciones y descubrimientos aumentan los salarios reales”.
Por tanto, no hay que tener miedo a las máquinas ni a las nuevas tecnologías. Como he dicho, son aliadas y no adversarias.

* Publicado en La Razón

1 comentario:

  1. ¿Ha leído el libro " El Auge de los Robots" de Martin Ford?. Uno de los autores tecnocatastrofistas más interesantes. Aunque sus argumentos no están exentos de falacias y sofismas ( mito del desacople entre productividad y compensaciones laborales, falacia de la ventana rota cuando trata de la deslocalización, equiparar rentas brutas del capital con beneficios empresariales etc) plantea muy seriamente si esta vez sí que hay que tener miedo de la automatización.

    Dentro del liberalismo, seguramente habrá dos grandes opciones para abordar estos retos:
    -Privatizar el Estado del Bienestar y otorgar una renta básica ( o mejor dicho "cheque básico").
    -Aprovechar las enormes rentas del capital derivadas de la automatización, invertir y capitalizarse. Sociedad de propietarios.

    Por supuesto, es obvio que muchos trabajos serán difíciles de automatizar ( ocio, cuidados/asistencia social, científicos/técnicos, artísticos etc) y que aparecerán otros nuevos (¿alguien del siglo pasado hubiese imaginado trabajos como "analista de Big Data" o " Communnity Manager"?). Sin olvidar el importante desarrollo de la economía artesanal, colaborativa y del autoconsumo (impresoras 3D, baterías Tesla etc)

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