Con los resultados
del 26-J en la mano, una conclusión es fácil: Aragón sigue siendo nuestro
particular Ohio.
Desde las
presidenciales de 1964, el candidato que se impone en el Estado de Ohio termina
en la Casa Blanca. Ohio es uno de los ‘swing
states’ existentes en EEUU, es decir, aquellos distritos electorales en los
que la competencia política es más intensa y no existe un dominador claro,
pudiendo ser el ganador de un partido u otro en cada elección.
En España ocurre
algo parecido. Desde las primeras elecciones democráticas (1977), quien gana en
Aragón, gana las elecciones generales. Algo que se ha ido mejorando en las
últimas citas electorales, pues no solo el partido ganador es el mismo, sino el
orden electoral, algo que no sucedía anteriormente.
Aragón es un fiel
reflejo de lo que pasa en el conjunto de España, como indica el equipo Piedras de Papel en el prólogo de su
libro Aragón es nuestro Ohio (2015). En las
Cortes aragonesas se produce un reflejo de la pluralidad política española,
tanto en el plano ideológico (escala izquierda-derecha) como en el plano
territorial. A los partidos de carácter nacional (PP, PSOE, Podemos, C’s e IU)
se suman los partidos de carácter regionalista aragonés (Partido Aragonés, de
centro-derecha; y la Chunta Aragonesista (ChA), de izquierdas).
Por otro lado, las
tres circunscripciones electorales de Aragón son también un reflejo de lo que
ocurre en el conjunto de España, ya que combina una circunscripción mediana y
dos pequeñas.
El 26-J no podía
ser de otra manera y Aragón fue el termómetro electoral de España, sin sorpasso
de Unidos Podemos y con una victoria clara del Partido Popular, tal y como
ocurrió el 20-D en esta misma comunidad autónoma.
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