«Durante miles de años, en todas partes del mundo habitado, innumerables sacrificios han sido realizados por la ficción de los "precios justos"»
Ludwig von Mises
La economía se
caracteriza por el uso de recursos escasos y las distintas alternativas entre
las que utilizar dichos recursos. A su vez, la oferta y la demanda canalizan
estas alternativas. ¿Cómo se coordinan millones de personas en un país, región
económica o el mundo en su conjunto para ofrecer y demandar bienes y servicios
en el mercado? A través de lo que se conoce como “mecanismo de precios”, es
decir, los precios.
Este mecanismo
hace que la economía se comporte de manera eficiente, es decir, los recursos se
asignan a la actividad que mejor los va a utilizar; en otras palabras, a la
actividad que más ventaja va a obtener de utilizar dichos recursos.
La función de los
precios es dotar de incentivos que afecten al comportamiento en el uso de los
recursos y de los productos que resultan de éstos, ya que los precios afectan
recíprocamente a consumidores y productores: los mercados coordinados por
precios permiten a unas personas (consumidores) señalar cuánto quieren y cuánto
están dispuesto a pagar por lo que quieren, mientras otras personas
(productores) señalan qué están dispuestos a producir a cambio de esa
compensación.
La actual
situación en la que estamos inmersos, bajo la expansión mundial del
coronavirus, es una excusa perfecta para aquellos que quieren controlar la
economía y buscan cualquier motivo (con la propaganda de siempre) para hacer
ver que el control de la economía y un mayor intervencionismo es positivo y el
único camino para alcanzar una solución.
Varios miembros
del Gobierno español, entre ellos Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, por ejemplo,
han dejado caer en más de una ocasión su apoyo a un control de precios (precios
máximos y mínimos), sobre todo en productos básicos y, en la situación actual, aquellos
que son más necesarios para luchar contra el coronavirus. Siempre ocurre lo
mismo: durante siglos y siglos los controles de precios se pintan como la
solución para que todo el mundo, en especial las personas con menos recursos económicos
tengan acceso a productos básicos, o como un mecanismo de asegurar un nivel mínimo de renta (los famosos "precios justos" del sector agrario); pero la realidad es bien diferente.
Como he dicho, el
control de precios puede darse de dos formas: precios máximos y precios
mínimos. Los precios máximos consisten en imponer un precio por debajo del
precio de equilibrio de un mercado, esto es, se rompe el equilibrio entre
oferta y demanda y el poder político decide a qué precio debe venderse un bien
o servicio. Dicho precio no puede superarse. Por su parte, los precios mínimos
son una barrera por encima del precio de equilibrio y dicho precio no puede
reducirse.
La ruptura del
mecanismo de precios altera el funcionamiento de la economía, por razones
obvias: los recursos ya no se asignan a través de los precios, sino a través de la
discrecionalidad del gobernante de turno. Esto, por supuesto, afecta a la
eficiencia del mercado. Pero eso, por lo general, poco le importa a quien
impone controles de precios. Éstos se suelen utilizar en pro de una mayor
igualdad. Pero hay que recordar que una política económica se debe evaluar por
sus resultados y no por sus intenciones. Y también observar el conjunto de la economía
y no solo una parte de ella, además de observar sus efectos a largo plazo y no solo a
corto plazo (lo que se ve y lo que no se ve; Hazlitt).
Los precios
máximos (p < p*) hacen que aumente la demanda y supere a la oferta (exceso de demanda). Se
produce escasez, entrando en escena el racionamiento y las colas de espera para
obtener el bien o servicio en cuestión. Por otro lado, los precios mínimos (p
> p*) hacen que aumente la oferta por encima de la demanda (exceso de oferta). Se produce
excedente (que será mayor cuanto mayor sea la diferencia entre oferta y demanda
al precio establecido por decreto).
Las consecuencias
de los controles de precios son contrarias al objetivo inicial. En el caso de
los precios máximos se pretende que todos tengan acceso a un bien o servicio y
el resultado es que algunos siguen sin tener acceso, debido a la escasez; y los que pueden acceder a
dicho bien o servicio, lo hacen en una cantidad menor a la que deseaban y
soportando largas colas para conseguirlo. Por su parte, los precios mínimos se
imponen bajo la pretensión de asegurar cierto nivel de ingresos a algunos
productores (por ejemplo, a pequeños agricultores y ganaderos) y también a
ciertos consumidores (salario mínimo); el resultado también difiere del
objetivo inicial. En el primer caso dicho nivel de ingresos puede no llegar al
agricultor o ganadero en cuestión. Además, se produce una utilización
innecesaria de recursos como tierra, agua y capital para producir más de lo que
los consumidores quieren, afectando a la eficiencia de la economía y, por
tanto, al bienestar general (dichos recursos que se utilizan de más podrían
usarse en otras alternativas). Por otro lado, el aumento artificial de los
precios afecta en mayor medida a las rentas bajas (pagan más por lo que antes
era más barato y le queda menos renta disponible para gastar en otros bienes y
servicios). En el segundo caso se produce desempleo, por lo que aquellos
trabajadores que iban a ser ‘protegidos’ con un salario mínimo ya no reciben
ningún salario.
Como he dicho
antes, quienes lo defienden suelen argüir que bajo el control de precios
aumenta la igualdad. Algo falso a todas luces. Si algo nos enseña la intervención de un gobierno en el mecanismo de precios es que nunca cumple lo previsto. Precios máximos y precios mínimos destruyen economías. Quienes enmascaran su discurso y su agenda política bajo la etiqueta
“igualdad” al final rompen los mecanismos de la economía y destruyen al país en
general. No se consigue igualdad, sino pobreza, hambre,
etc.
Quienes dicen que
solo importa la igualdad y no la eficiencia terminan sin igualdad y sin
eficiencia, cayendo en una espiral de pobreza y miseria de la que no es fácil
salir. No permitamos que rompan el mecanismo de precios e impongan controles.
Ninguna economía sale ilesa de tal ignorancia suprema. Necesitamos entender que
las leyes de la economía funcionan incluso en una situación como la que
estamos viviendo (pandemia) y que los gobiernos nunca han sido capaces de crear
mayor bienestar a través de controles de precios y regulaciones similares. De
hecho, tales medidas conducen a la escasez, la privación, la pérdida de eficiencia,
mayor desigualdad, etc. como he desarrollado en las líneas anteriores.
Imponer precios
máximos no es la solución, tampoco al coronavirus. Si el Gobierno piensa que un artículo
de primera necesidad (en este caso, artículos sanitarios) es muy caro debe
saber que habrá más productores dispuestos a producirlo y venderlo, aumentando
la oferta y, por tanto, reduciendo el precio. Que el Gobierno lo compre a
precio de mercado y no imponga regulaciones absurdas y se producirá un efecto
llamada hacia más productores. Es el momento del libre mercado, no de más
intervencionismo.
* Publicado en Libertad Digital
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